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Habrase visto alguna vez un dragón de tres cabezas –¡hasta de cinco, porqué no!–, o estantes repletos de muñecas aladas, vestidas de princesas, que amenazan con alzar vuelo como helicópteros. A solo unos días de la primera quincena navideña, el centro de Medellín, foco del comercio de esta y de cualquier temporada, está lleno de regalos curiosos, calzones amarillos y sahumerios, árboles desnudos esperando a cubrirse de esferas escarchadas. Andan por ahí los voceadores que gritan: “sí hay, sí, señores, aproveche, mire, económico”.
Cubierto de luces y letreros, que anuncian gangas imperdibles, el centro es un desafío para el peatón, que esquiva robots, carros, peluches y cochecitos de bebé, kioscos de ropa y cortinas estampadas de Papá Noél.
Vender todo, hasta el último de los juguetes, es la expectativa que tiene Fabio Zapata, comerciante desde hace tres décadas en la carrera Cundinamarca con calle Pichincha. “Por ahora, han venido a preguntar por toda clase de juguetes. ¡Gloria a Dios!”, dice, y añade que lo más pedido son los estuches de superhéroes y que lo último en tecnología son los carros que tiran burbujas y cuyos mandos se convierten en pistolas de agua.
Una camioneta a control remoto promete escalar paredes y, operada por el hijo de Fabio, baila sobre sus llantas traseras, en un show que deja pasmados a los transeúntes. Y hay para todos los bolsillos, desde detallitos de $6.000 para las novenas hasta traídos de más de $200.000 pesos.
A buscar los aguinaldos navideños llegó María Arizmendi, que está de acuerdo con que ropa, accesorios y relojes siguen siendo el regalo infaltable. Pero también vino al centro por los aguinaldos de sus sobrinos pequeños, antes de la quincena porque “es mejor madrugar a comprar los regalos”. ¿Y qué piden los niños? Lo tradicional: patines, aviones y “un muñequito que no me acuerdo cómo se llama, pero que tiene un solo ojo”.
¿Unas escaleras para el pesebre? A Willington Montoya, vendedor, le cuesta imaginar que el Niño Jesús pudiera venir al mundo en una casa de dos pisos. Pero hasta eso le han llegado a pedir sus compradores, así como las típicas casitas, pozos de agua, marranos, burros e iglesias. Dice que los pesebres se han modernizado: ahora los venden en tulas, por $55.000, o hasta acompañados de un arriero paisa.
Lo que más le sorprende, eso sí, es que se sigan llevando las figuras del pesebre en tela, tan populares en épocas pasadas, pero ahora opacadas por materiales como el plástico y el icopor. “Me parece increíble que se sigan vendiendo, estos tan artesanales”, comenta.
Desempacando cajas y surtiendo el puesto está Omaira Quintero, comerciante ubicada en Maturín con Tenerife, lista ya con la sagrada familia, las bicicletas y otros cachivaches.
El juguete de moda, cuenta, son los reconocidos “Three Wheelers” (O “trigüiler”, como lo pronuncian algunos clientes, quizás preguntándose cómo van a envolverlo luego), una suerte de patineta con tres ruedas, capaz de impulsarse sin pedales y que nació, sobre todo, para derrapar por lomas y pendientes.
A David Mocha le ha tocado decir que no, más de una vez, a las solicitudes de quienes llegan hasta su puesto de ropa a pedirle cobijas de motivos navideños. Porque hay quien, para estas épocas, añora arroparse entre copos de nieve y galletas de jengibre. Y si usted va por la calle y aplaude, lo recibe un peluche de mono bailarín en la entrada de “Todo Cacharro”, cerca a la estación San Antonio del metro. También los hay en gatos, que si les aprietan la barriga saltan moviendo la cola. “Parecen más un perro”, dice alguien, mientras la figura se choca con los pies y las aceras.
Cuando no suena Tutaina, ni las Campanas de Belén, es la voz de Rodolfo Aicardi, inconfundible, la que canta desde los locales: “Ay, cariño, ay, mi vida. Nunca, pero nunca, me abandones, cariñito” .