Parecen hechos cumplidos y ya. Hace 4600 millones de años el Sol comenzó a brillar. No mucho después fueron apareciendo los planetas del Sistema Solar.
¿Surgieron por milagro? Hay varias posibles explicaciones para decir que no.
Y una de las hipótesis más aceptadas es que una explosión de supernova dio el impulso definitivo para su formación.
Había desde hacía mucho una gran nube de gas y polvo, una nube molecular cuyo tamaño y densidad permite la formación de moléculas, pero una supernova produjo una onda que ‘revolvió’ la nube e hizo que las partículas comenzaran a agruparse.
La explosión también aportó material a la nube. A ese origen apunta una nueva investigación de Alan Boss, publicada en el Astrophysical Journal.
El estudio se basó en el análisis de compuestos hallados en meteoritos, que existían en esos primeros días del Sistema Solar.
Uno de estos son las condritas de carbono. Uno de sus componentes son isótopos (versiones de elementos).
Algunos existían cuando se formó el Sistema Solar, son radiactivos y decaen, de forma que se extinguen durante decenas o centenas de millones de años.
Su existencia se deduce de los elementos en los que decaen. Uno de ellos, el hierro-60, decae en níquel-60.
La cantidad de este tipo de níquel puede revelar cuánto hierro-60 había cuando se formó el meteorito.
Una de las opciones para la existencia de este es una explosión de supernova, en la cual se forma en buena cantidad esta clase de hierro, como sugiere un estudio de condritas a cargo de Myriam Telus publicado en Geochimica et Cosmochimica Acta.
Si bien no se pueden descartar otras opciones, la onda de choque producida por una supernova cercana parece ser una explicación plausible para la formación del Sol y los planetas.
El estudio de Telus no identificó la supernova, pero probó que los isótopos radiactivos fueron inyectados por una onda de choque: la cantidad de hierro-60 en el Sistema Solar es consistente con la explosión de una estrella.