Desde las clases de ciencia del colegio sabemos que todos los seres vivos están sujetos a un ciclo inmutable, que comienza con el nacimiento, pasa por el crecimiento, llega a la reproducción y concluye con la muerte. En esta rueda de la vida están inscritos los grandes cetáceos de los fondos marinos, las aves que extienden sus alas en las montañas más altas y los topos que cavan sus túneles en el interior de la tierra.
La humanidad no escapa a esa implacable lógica de la naturaleza y la evolución. Por ese motivo, los filósofos y los científicos de todas las épocas se han preguntado por las causas del envejecimiento y del fin de la vida de los animales. También de ese tema se disertó en el Hay Festival de Cartagena, en el que Venki Ramakrishnan, Premio Nobel de Química en 2009, habló de los hallazgos consignados en Por qué morimos: la nueva ciencia del envejecimiento y la búsqueda de la inmortalidad, su nuevo libro —que se publicará en marzo— en inglés y castellano.
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En la charla, que se llevó a cabo en el auditorio Getsemaní del Centro de Convenciones de Cartagena, Ramakrishnan definió a la muerte humana. En estricto sentido biológico, la muerte de un individuo se produce cuando las células del organismo ya no “operan para crear la consciencia de la persona”, ocasionando el eclipse definitivo de la mente. Algunas células y organismos se mantienen con vida, incluso luego de la muerte de su portador. Entre otras cosas, esto permite el uso de órganos de fallecidos en cuerpos enfermos.
Una vez esto quedó claro, Ramakrishnan dio un paso adelante y señaló que la muerte de todos los seres vivos se debe a la progresiva incapacidad de las células de repararse de los daños. Esa acumulación de daños conduce inexorablemente al deterioro de sistemas complejos. La velocidad y la destreza de reparación de la células se pierden con el paso de los años. Ese hilo argumentativo explica algo que todos sabemos; un niño sano se cura más rápido que un adulto sano.
Entonces, ¿por qué las cosas funcionan de esta manera? Haciendo eco de las ideas evolucionistas y de conceptos de Arthur Schopenhauer, Ramakrishnan explicó que la variable duración vital de las diferentes especies está directamente conectada con el tiempo que se necesita para la procreación. En otras palabras, la esperanza de vida del ratón o del homo sapiens están determinadas por el tiempo que cada especie tarda en alcanzar la madurez sexual. En ese orden de ideas la vida de un ratón es más corta que la nuestra porque su éxito reproductivo se da más rápido que el nuestro. A esto, por supuesto, se le suma el hecho que los ratones están en un escalón bajo de la cadena trófica —pirámide alimenticia—, por lo que tienen sobre sí muchos depredadores. Esa es la razón por la que viven menos que otros mamíferos. En el caso de los humanos, la longitud de la vida también está relacionada con la madurez reproductiva, pero en esa suma inciden factores que no están presentes en otros animales: el avance de la medicina y los cuidados propios que otorga la civilización.
En la misma línea de Richard Dawkins, Ramakrishnan recordó una verdad que derrumba el ego de los humanos: a la naturaleza le trae sin cuidado los individuos. La carrera de la vida busca exclusivamente la transmisión de los genes propios a las próximas generaciones. Ese hecho la ciencia lo llama el imperativo de los genes. “Así que siempre y cuando seas capaz de crecer, procrear y asegurar que tu descendencia alcance su propia edad reproductiva, a la evolución no le importa lo que te pase después, porque ya transmitiste tus genes”, dijo el ganador del Nobel de Química por un trabajo relacionado con los ribosomas, la estructura celular encargada de la producción de la proteína.
“Es cierto que nuestros organismos podrían invertir más esfuerzo en prevenir el envejecimiento, o en tener mejores mecanismos para repararse, pero desde el punto de vista evolutivo es más eficiente asegurarse que crezcamos más rápido y podamos reproducirnos para transmitir nuestros genes”, dijo el científico en la conversación con el periodista Carlos Serrano.
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¿Y la vejez humana?
Durante varios siglos, Occidente concibió a la vejez como un estadio de la vida en el que la sabiduría compensaba la perdida de la fuerza física. De ahí que los ancianos fueran los encargados de los asuntos de la sabiduría de las comunidades y de dirimir los pleitos entre sus miembros. Esa idea comenzó a cambiar a mediados de los sesenta, momento en el que la juventud se convirtió en la aspiración general de los seres humanos. Dicha actitud tuvo una amplia gama de secuelas: se popularizaron los tratamientos cosméticos para camuflar el paso de los calendarios y se emprendieron investigaciones para retrasar el envejecimiento.
“Hay mucha presión para no envejecer, y esa presión recae sobre todo en las mujeres. Es terrible. Pero no creo que la investigaciones para retardar el envejecimiento alimenten el miedo a la vejez; al contrario, creo que son un resultado de ese miedo”, dijo el Nobel. Y ese miedo, sin duda, está conectado con el más antiguo de los temores de la especie humana: la muerte.
Según estimaciones científicas, los 110 años son la edad máxima de vida a la que puede aspirar la humanidad. Y eso que a esa frontera de tiempo solo llegarían unos cuantos individuos. Incluso, si se eliminan factores de riesgo —el cáncer u otras enfermedades agresivas—, la esperanza de vida general, que en Colombia ronda los 75 años, crecería apenas unos dos o tres años.
El hecho importante es que tal vez no se pueda vivir más tiempo, pero sí se pueden vivir mejor los años normales de la vida. El ejercicio encabeza la lista de prácticas saludables que harían más llevadera la vejez. “Comer bien, dormir bien y hacer ejercicio, actualmente, son más efectivos que cualquier medicina antiedad que haya en el mercado. No cuestan nada ni tienen efectos secundarios, y tienen una sólida base biológica contra el envejecimiento. Los humanos no evolucionamos para comer en abundancia, ni postres y esas cosas”, dijo Ramakrishnan.
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“Hablemos del ejercicio. Hoy vivimos una vida sedentaria en comparación con nuestros antepasados, que eran agricultores, cazadores, trabajadores manuales. Y sobre el sueño, a menudo subestimamos la importancia de dormir, pero es extremadamente valioso para los mecanismos de reparación de nuestro cuerpo”, dijo el Nobel. En ese sentido, una rutina de ejercicios ayuda a la conservación de la masa muscular y no caer en la obesidad, una de las enfermedades más complejas de Occidente. Y lo es porque el alto peso afecta a los huesos, la calidad de la sangre, trastorna el metabolismo, afecta el sistema respiratorio y tiene consecuencias en la reproducción y en las articulaciones.
“Nuestra especie comenzó siendo cazadora y recolectora. Comíamos de forma esporádica, ayunábamos de manera natural y teníamos la restricción calórica. Pero ahora comemos incluso si no tenemos hambre y en Occidente vemos un enorme aumento de la obesidad”, dijo el científico.
“Poner en práctica estos viejos consejos nos ayuda a mantener la masa muscular, regular la función mitocondrial, la presión arterial, el estrés y disminuir el riesgo de demencia”.
Darle un sentido a la vida es un elemento que ayuda en la búsqueda de una vejez aquejada por los mínimos y normales achaques. “Hay mucha evidencia de que tener un propósito en la vida reduce el riesgo de infartos y deterioro cognitivo”.