A la casa de la abuela Sofía se entra sin tocar la puerta, entre otras cosas porque permanece abierta de par en par. Los visitantes, que puede ser usted aunque sea nuevo, entran hasta el comedor, la cocina y el patio trasero buscando un silla para sentarse. Y nadie lo mira extraño, sino que antes lo invitan a seguir: bien pueda. Se entra saludando como si estuviera en su casa, como si fuera uno más de la familia.
A la residencia de un solo nivel, que se ubica en el barrio La Paz, de Envigado, justo al frente de la pista de patinaje y muy cerca de la iglesia María Reina de la Paz, se llega en busca de empanadas, patacones, arepas, chorizos, morcilla, tortas de chócolo o tamales, los mismos que venden desde hace 25 años, 17 de ellos en la actual casa. Antes estaban en el barrio El Trianón.
“Mamá siempre quiso que la gente se sintiera como en su casa, ella era muy familiar y por eso invitaba a la gente a que se sentara en la sala a comerse las empanadas o los pasteles, y de ahí pasaron al comedor, la cocina y al patio”, cuenta Luz Elena Usma, hija de la abuela Sofía Usma (que falleció hace siete años).
Luz Elena, que es ingeniera química, relata que pagó toda su carrera gracias a las empanadas y tamales que vendían. Hoy sigue ejerciendo su profesión, mientras en las noches prepara frituras que aprendió a hacer de la mano de su mamá.
Muy familiar
Además del ambiente familiar, de compartir una empanada en el patio de la casa, mientras en la cocina le preparan un café con leche, Jairo Alzate, hermano de Luz Elena, explica que todo lo que venden es casero. “Nosotros mismos hacemos los chorizos, los tamales, molemos el maíz para las tortas de chócolo...”.
El tema es tan familiar que al frente de la fritadora (ubicada en el patio trasero) por donde pasan las empanadas, los pasteles de pollo, arepas y patacones está el patriarca de la familia, don Libardo Alzate, de 88 años. Él mismo es el que hace el mercado cada miércoles para cocinar lo que venden.
En el negocio familiar también participan Clara y Amparo Usma, que tienen la tarea de hacer los tamales y chorizos, que son de pierna de cerdo y picados a mano, además que en las noches están amasando y haciendo empanadas.
Tradición
Marcela Rayo Sánchez, que llega hasta el patio de la casa saludando de pico y abrazo a Luz Elena y a Jairo, recuerda que lleva más de 13 años visitando la casa de la abuela Sofía.
De niña patinaba en la pista al frente de la casa y después de cada entrenamiento pasaba por empanadas y pasteles. “El ambiente es muy familiar, nos gustó mucho, conocí a la abuela Sofía, muy linda, desde entonces venimos aquí, donde es muy rico todo. Lo que más nos gusta son las empanadas, los patacones y las arepas”, cuenta Marcela, que ya tiene tanta familiaridad que ella misma saca las empanadas que se va a comer.
Óscar, papá de Marcela, destaca la opción que tiene de comer dentro de la casa. “Es como si en una casa ajena te abrieran las puertas para sentarse con ellos”.
En los cálculos de Luz Elena está que cada día venden entre 400 y 450 empanadas. “Siempre hacemos lo que vamos a vender en el día, casi nunca sobra nada, por eso todo es tan fresco, nada es recalentado”.
La casa
Al ingresar a la residencia lo primero que se ve es una foto en gran tamaño de la abuela Sofía, siempre alumbrada por una veladora, mientras que la mesa del comedor está arrumada para darle paso a las mesas en las que se sientan los comensales. El pesebre, con telón de fondo, todo el año está armado sobre una mesa.
En la sala permanece el televisor encendido. “La gente es la que maneja el control remoto”, cuenta Luz Elena al señalar que los clientes son los que ponen lo que quieren ver.
Pese a que en el antejardín hay un par de mesas, los clientes de la abuela Sofía prefieren estar dentro de la casa, en la sala, el comedor, la cocina o en el patrio trasero desde donde siguen de cerca la preparación de su pedido y ven las carreras de don Libardo, Luz Elena, Jairo, Amparo y Clara por mantener el legado de puertas abiertas que dejó la abuela