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8 y 2
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Con todo respeto, señor Presidente, este escándalo no se resuelve con una selfie suya en la que sonríe junto a su hija y le dice al país que no está intranquilo. Por el contrario, actitudes como esa, empeoran la crisis.
Las afirmaciones que ha hecho Armando Benedetti son muy graves y todo el país espera, exige y merece explicaciones. Es lo mismo que usted, en las épocas en las que era fogoso senador, seguramente habría exigido. No nos cabe duda de que usted habría sido el primero en llamar a un gran debate de control para que los implicados dieran al país las explicaciones necesarias y mostraran las pruebas de su inocencia. Hoy, cuando es usted quien está del otro lado, y sobre quien se ejerce el control político, confiamos en que tenga la sensatez para aclarar estas circunstancias ante la nación.
No sobra poner de presente que Benedetti no es ni ha sido un opositor de su gobierno, sino por el contrario fue uno de los grandes artífices de su llegada a la presidencia. De manera que en este caso no cabe dar rodeos a la situación diciendo que son relatos inventados por los enemigos.
Por supuesto también tenemos presente que a nadie se le puede condenar por un testimonio, ni mucho menos por una grabación, y mal haríamos en apresurarnos con juicios o en prematuramente adelantar conclusiones. Pero los testimonios y las grabaciones sí son puntos de partida a partir de los cuales se piden explicaciones y aclaraciones. Y más a quienes están en el poder, pues con respecto a ellos la vara es más alta: está en juego la integridad de la democracia.
De modo que aquí queremos hacer varios llamados. En primer lugar, un llamado a poner toda nuestra confianza en las instituciones y respaldar su actuación. Y de paso pedirles que inicien lo más pronto posible sus actuaciones de modo que, dentro del cuidado y el rigor que ellas requieran, puedan ofrecer pronto al país claridades y decisiones sobre los hechos que se han ventilado en las últimas horas.
En segundo lugar también queremos hacer un llamado a todos aquellos que han decidido emprenderla contra estas instituciones para que depongan de inmediato esa estrategia. En redes sociales y en declaraciones a medios hemos visto cómo defensores varios del Presidente y del gobierno la han emprendido contra la Fiscalía y contra el Fiscal General. Debe ser tentador, desde su punto de vista, tratar de salvar al gobierno y a su programa político enlodando a quienes tienen la responsabilidad de investigar. ¿Vale acaso la pena socavar los fundamentos de nuestra organización como país solo para defender a una persona o a un proyecto? No sabemos aún qué grado de responsabilidad corresponda a esa persona o a ese proyecto, o incluso si hay tal responsabilidad. En todo caso, pongámonos al menos de acuerdo en que ese es un dictamen al que se llegará por la vía institucional, no a través del twitterazo.
Y por último hacemos también un llamado para que, como se dice en lenguaje coloquial, nos pongamos serios: a esto no se responde con teorías de conspiración ni con paranoias. Nos enfrentamos, en efecto, a afirmaciones que habrían merecido debate e investigación en cualquier país del mundo. Y habrían sido igualmente merecedoras de interés y preocupación quien quiera que fuera el que estuviera ejerciendo la Presidencia de la República. Son afirmaciones que se refieren a hechos, y la manera de desmentirlas es en el terreno de los hechos.
Por tanto, es muy poco lo que contribuyen las argumentaciones que han venido de parte de defensores varios del gobierno, en el sentido en que esto es o debe ser, de una u otra forma, algún tipo de conspiración urdida por sectores enemigos del proyecto del “cambio” y de sus reformas para detener las mismas.
Poco contribuye a un sano debate la vicepresidenta Francia Márquez, por ejemplo, al afirmar que se trata de una reacción de “la derecha” que según ella “no se iba a quedar quieta mirando cómo gobernamos en favor del cambio para Colombia”. Insistimos con lo mismo: se trata de afirmaciones sobre hechos, que se desmienten o se prueban en el terreno de los hechos, no de las paranoias.
Es apenas comprensible que quienes simpatizan con el gobierno, o quienes hicieron parte del proyecto político que lo llevó al poder, manifiesten una sensación de solidaridad con respecto al mismo. Nada de malo hay en ello, y es apenas humano. No hay necesidad de inventarse macabras conspiraciones para justificarlo.
Solo esperamos que ese sentimiento de solidaridad vaya de la mano con el debido respeto al actuar de las instituciones, y a los dictámenes que ellas finalmente produzcan. Nada ganamos recurriendo a deslegitimarlas. Apostemos todos por ese camino, en el cual, además, podemos encontrar un terreno común en medio de las diferencias políticas que nos separan. Un terreno que nos recuerde que los gobiernos vienen y van, pero Colombia y los colombianos seguiremos ahí, viviendo juntos y buscando juntos un futuro mejor.
Con todo respeto, señor Presidente, este escándalo no se resuelve con una selfie suya en la que sonríe junto a su hija y le dice al país que no está intranquilo. Por el contrario, actitudes como esa, empeoran la crisis.
Las afirmaciones que ha hecho Armando Benedetti son muy graves y todo el país espera, exige y merece explicaciones. Es lo mismo que usted, en las épocas en las que era fogoso senador, seguramente habría exigido. No nos cabe duda de que usted habría sido el primero en llamar a un gran debate de control para que los implicados dieran al país las explicaciones necesarias y mostraran las pruebas de su inocencia. Hoy, cuando es usted quien está del otro lado, y sobre quien se ejerce el control político, confiamos en que tenga la sensatez para aclarar estas circunstancias ante la nación.
No sobra poner de presente que Benedetti no es ni ha sido un opositor de su gobierno, sino por el contrario fue uno de los grandes artífices de su llegada a la presidencia. De manera que en este caso no cabe dar rodeos a la situación diciendo que son relatos inventados por los enemigos.
Por supuesto también tenemos presente que a nadie se le puede condenar por un testimonio, ni mucho menos por una grabación, y mal haríamos en apresurarnos con juicios o en prematuramente adelantar conclusiones. Pero los testimonios y las grabaciones sí son puntos de partida a partir de los cuales se piden explicaciones y aclaraciones. Y más a quienes están en el poder, pues con respecto a ellos la vara es más alta: está en juego la integridad de la democracia.
De modo que aquí queremos hacer varios llamados. En primer lugar, un llamado a poner toda nuestra confianza en las instituciones y respaldar su actuación. Y de paso pedirles que inicien lo más pronto posible sus actuaciones de modo que, dentro del cuidado y el rigor que ellas requieran, puedan ofrecer pronto al país claridades y decisiones sobre los hechos que se han ventilado en las últimas horas.
En segundo lugar también queremos hacer un llamado a todos aquellos que han decidido emprenderla contra estas instituciones para que depongan de inmediato esa estrategia. En redes sociales y en declaraciones a medios hemos visto cómo defensores varios del Presidente y del gobierno la han emprendido contra la Fiscalía y contra el Fiscal General. Debe ser tentador, desde su punto de vista, tratar de salvar al gobierno y a su programa político enlodando a quienes tienen la responsabilidad de investigar. ¿Vale acaso la pena socavar los fundamentos de nuestra organización como país solo para defender a una persona o a un proyecto? No sabemos aún qué grado de responsabilidad corresponda a esa persona o a ese proyecto, o incluso si hay tal responsabilidad. En todo caso, pongámonos al menos de acuerdo en que ese es un dictamen al que se llegará por la vía institucional, no a través del twitterazo.
Y por último hacemos también un llamado para que, como se dice en lenguaje coloquial, nos pongamos serios: a esto no se responde con teorías de conspiración ni con paranoias. Nos enfrentamos, en efecto, a afirmaciones que habrían merecido debate e investigación en cualquier país del mundo. Y habrían sido igualmente merecedoras de interés y preocupación quien quiera que fuera el que estuviera ejerciendo la Presidencia de la República. Son afirmaciones que se refieren a hechos, y la manera de desmentirlas es en el terreno de los hechos.
Por tanto, es muy poco lo que contribuyen las argumentaciones que han venido de parte de defensores varios del gobierno, en el sentido en que esto es o debe ser, de una u otra forma, algún tipo de conspiración urdida por sectores enemigos del proyecto del “cambio” y de sus reformas para detener las mismas.
Poco contribuye a un sano debate la vicepresidenta Francia Márquez, por ejemplo, al afirmar que se trata de una reacción de “la derecha” que según ella “no se iba a quedar quieta mirando cómo gobernamos en favor del cambio para Colombia”. Insistimos con lo mismo: se trata de afirmaciones sobre hechos, que se desmienten o se prueban en el terreno de los hechos, no de las paranoias.
Es apenas comprensible que quienes simpatizan con el gobierno, o quienes hicieron parte del proyecto político que lo llevó al poder, manifiesten una sensación de solidaridad con respecto al mismo. Nada de malo hay en ello, y es apenas humano. No hay necesidad de inventarse macabras conspiraciones para justificarlo.
Solo esperamos que ese sentimiento de solidaridad vaya de la mano con el debido respeto al actuar de las instituciones, y a los dictámenes que ellas finalmente produzcan. Nada ganamos recurriendo a deslegitimarlas. Apostemos todos por ese camino, en el cual, además, podemos encontrar un terreno común en medio de las diferencias políticas que nos separan. Un terreno que nos recuerde que los gobiernos vienen y van, pero Colombia y los colombianos seguiremos ahí, viviendo juntos y buscando juntos un futuro mejor.