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¿Para dónde va el
‘petro-madurismo’?

hace 18 horas
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  • ¿Para dónde va el ‘petro-madurismo’?

En la campaña presidencial de 2022 el gran desafío del Pacto Histórico fue borrar el fantasma de Hugo Chávez. Petro cargaba con esa sombra. La idea de que se podía replicar en Colombia el experimento chavista, que había llevado a su país por el despeñadero, pesaba como una amenaza en la mente de muchos ciudadanos.

La campaña se dedicó con empeño a ridiculizar la asociación entre Petro y el “castrochavismo”. Presentarlo como un invento de la derecha. Y a poner el foco en el “estallido social”, que en alguna medida había sido incitado desde el petrismo para ambientar su campaña electoral. Líderes de centro y votantes indecisos, en medio del remordimiento, terminaron inclinando la balanza al afirmar que el “mal menor” en segunda vuelta era Gustavo Petro.

No faltaron declaraciones del propio candidato desmarcándose de Maduro. “Soy completamente diferente”, decía. Y haciendo referencia al heredero de Chávez, lanzó una frase que muchos repitieron: “Eso de poner a alguien siempre es un problema porque siempre sale malo”.

La fórmula funcionó. Hablar de Petro como “castrochavista” pasó a ser un chiste. El término se convirtió en un recurso de memes, no en un argumento político. Así llegó a la Casa de Nariño. Pero tres años después, lo que parecía caricatura empieza a mostrarse como realidad.

¿O de qué otra manera se explica que el presidente Petro avale la idea, inconstitucional de inventarse una especie de “OTAN de Macondo” en la que compromete a todos los colombianos a ir a la guerra en defensa de un régimen venezolano autocrático, corrupto, en el poder ilegítimamente y responsable de la peor crisis humanitaria de América Latina en el siglo XXI?

Lo decimos por el mensaje con el que Petro sacudió al país el domingo pasado: “Transmito públicamente mi orden dada, como comandante de las fuerzas armadas. Colombia y Venezuela son el mismo pueblo, la misma bandera, la misma historia. Cualquier operación militar que no tenga aprobación de los países hermanos es una agresión contra Latinoamérica y el Caribe”.

La frase no solo compromete a Colombia en la defensa de un régimen dictatorial. Además, desconoce que declarar una guerra requiere aprobación del Congreso.

El mensaje se perdió entre la conmoción por la muerte de Miguel Uribe, ocurrida al día siguiente. Pero no por ello es menos inquietante. Y mucho más en el contexto de la semana: Estados Unidos incautó bienes de Maduro por 700 millones de dólares. Duplicó la recompensa por su captura a 50 millones, una cifra mayor a la que se ofreció por Osama Bin Laden. Desplegó aviones y tropas en el Caribe. Y voces del Senado de Washington pronosticaron que Maduro no llega a diciembre en el poder.

Petro ha dado señales claras de que eso del “castrochavismo” no es un cuento. Petro priorizó desde el primer día de su Gobierno su relación con Maduro: viajó a Venezuela, en promedio, una vez por trimestre durante sus dos primeros años de Gobierno, llevando a la agenda temas como la reactivación del comercio binacional —que ha fracasado— y que Caracas fuera garante de eventuales diálogos con el ELN. Quién sabe de qué más se habló.

Pero la caída total de la máscara llegó con el burdo fraude en las “elecciones” de hace un año: ante unos comicios ya viciados por la suspensión de la principal líder opositora, María Corina Machado, antes de la jornada, figuras cercanas al presidente —como Gustavo Bolívar y las senadoras Clara López y Gloria Flórez— defendieron el sistema electoral venezolano, calificándolo como uno de los más “sólidos y confiables del mundo”.

El presidente Petro se convirtió casi en un “paria” diplomático, engrosando —junto con China, Irán, Cuba o Rusia— la lista de países que, gracias a la postura ambigua y tibia ante un fraude probado, quedaron como cómplices del atraco electoral y del recrudecimiento de la persecución a la oposición por parte del chavismo.

Petro, tan presto a ver dictaduras y fascismos en todas partes, ante la suspensión del orden democrático en Venezuela y un régimen abiertamente autocrático que va en contra de la “voluntad del pueblo”, es incapaz de dejar de mostrar simpatía.

Las coincidencias van más allá de la diplomacia. En Colombia, Petro ha impulsado propuestas que recuerdan demasiado a las fórmulas chavistas: convocar a una Constituyente exprés, gobernar por decreto pasando por encima del Congreso, hablar de concentrar el poder en nombre de una supuesta “voluntad popular”. Y ahora se suma la “zona binacional”, un esquema que acerca a Colombia a la órbita militar de Venezuela, país acusado de proteger a los grupos armados que azotan Arauca y el Catatumbo.

Petro no solo legitima al régimen madurista: ha empezado a construir un modelo de cooperación política y militar con él. Lo que se presentaba como un meme o un insulto intelectual se convierte en un hecho político. Existe un “petromadurismo”.

La pregunta no es si esa alianza existe. La verdadera cuestión es hasta dónde está dispuesto a llevarla. Y esa respuesta marcará, para bien o para mal, el lugar que ocupará Gustavo Petro en la historia de Colombia y de América Latina.

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