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La IA que le ayuda a Trump

La economía de EE.UU. guarda un secreto que le da impulso: el auge de centros de datos para inteligencia artificial (IA). Colombia puede monitorear esta tendencia porque es una oportunidad.

hace 18 horas
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  • La IA que le ayuda a Trump

A Donald Trump parece que le están lanzando un salvavidas desde Sillicon Valley. La figura puede ser exagerada, pero la realidad es que la economía de Estados Unidos que muestra signos de enfriamiento en varios indicadores, guarda un secreto que le está dando hoy impulso: el extraordinario auge en la construcción de centros de datos para inteligencia artificial (IA) que vive hoy Estados Unidos.

Es ese impulso oculto el que ha evitado que la desaceleración derivada de la incertidumbre generada por Donald Trump y sus anuncios erráticos sea tan pronunciada como podría haber sido, y que cuenta con pocos precedentes en la historia económica reciente.

La lógica es sencilla: los modelos de IA requieren cantidades crecientes de poder de cómputo, no solo para entrenarse, sino —cada vez más— para la inferencia, el proceso de “pensar” y responder cada consulta. A medida que más personas utilicen durante más tiempo ChatGPT y otros sistemas de IA, que esta tecnología se integre de forma natural en los iPhone, las aplicaciones de Meta y en las búsquedas de Google y que, al mismo tiempo, los modelos de IA progresen y “piensen” con mayor profundidad, esa necesidad de capacidad de procesamiento seguirá aumentando, impulsando la construcción de un número cada vez mayor de centros de datos para atender esa demanda.

Ante esa realidad, las principales compañías tecnológicas compiten por encabezar la carrera de contar con la capacidad suficiente para tomar ventaja en el desarrollo de la IA. Según datos del Wall Street Journal, las “Siete Magníficas” —Alphabet (Google), Amazon, Apple, Meta (Facebook), Microsoft, Nvidia y Tesla— acumulan un récord de USD 102.500 millones en capex destinado a centros de datos en sus últimos trimestres. Algunos analistas sostienen que la inversión en infraestructura para IA, como porcentaje del PIB, ya supera la de telecomunicaciones e internet durante la burbuja puntocom a finales del siglo pasado, y actúa como un estímulo de unos pocos actores del sector privado que explica parte de la sorprendente resiliencia de los indicadores de la economía estadounidense.

Conviene recordar, sin embargo, que no sería la primera vez que un frenesí inversionista por expandir aceleradamente la infraestructura que habilita una nueva tecnología termine con un final no tan feliz. El boom ferroviario en Estados Unidos en el siglo XIX —que superaba con creces las cifras que hoy vemos en centros de datos— y el auge de las telecomunicaciones en los noventa acabaron en fuertes correcciones que desembocaron en crisis económicas cuando la inversión derivó en una sobrecapacidad que superó la demanda: el entusiasmo puede llevar a sobreestimar, en el corto plazo, la velocidad de adopción de una innovación.

A la larga, esos “excesos” de capacidad en vías férreas y redes de telecomunicaciones resultaron útiles, pues el crecimiento de las industrias terminó por justificarlos, pero para quienes quedaron atrapados en el ajuste sirvió de poco ese consuelo histórico. De ahí el creciente temor entre muchos conocedores del sector: si los ingresos reales provenientes de casos de uso de la IA no crecen al ritmo de la inversión en centros de datos y demás infraestructura, podría emerger una enorme cantidad de “elefantes blancos”, lo que derivaría en una caída del precio de las acciones tecnológicas que han impulsado recientemente la bolsa estadounidense o, en un escenario pesimista, en una desaceleración adicional de la economía gringa que desemboque en una crisis financiera.

Si bien la IA sigue demostrando su potencial como tecnología capaz de disrumpir grandes bloques de nuestra economía, la posibilidad de que, en medio de la euforia, muchas compañías estén sobreinvirtiendo constituye un riesgo a tener en cuenta al analizar el entusiasmo por este fenómeno: como muchos dicen con sabiduría, “de eso tan bueno no dan tanto”.

Sin embargo, con mesura en las expectativas, surge una oportunidad asociada al fenómeno de inversión creciente en centros de datos para la cual Colombia está sorprendentemente bien posicionada: el principal costo de operar estos centros de datos es, por mucho, el consumo energético, y el país cuenta con una de las matrices eléctricas más limpias del mundo, ventaja clave ante la tendencia —probablemente irreversible— de que, a medida que la adopción de la IA progrese, la necesidad de energía limpia y confiable no hará sino crecer. Además, su cercanía geográfica y diplomática con Estados Unidos la convierte en un candidato ideal para compañías que busquen diversificar geográficamente su red de centros de datos.

El problema es que, para que esta oportunidad tenga posibilidades de materializarse, primero hay que superar un cuello de botella: aumentar la oferta de energía renovable. Los mismos obstáculos —falta de seguridad jurídica, consultas previas y licencias ambientales— que, bajo el gobierno Petro, han frenado proyectos del sector eléctrico y amenazan con dejar al país sin suficiente oferta energética si se repite un periodo de sequía, serían la restricción que impediría la llegada de estos centros de datos a Colombia. Corremos el riesgo de quedarnos fuera del paseo, pese a nuestra matriz limpia y al enorme potencial solar y eólico, si no logramos ampliar la capacidad de generación eléctrica a nivel nacional.

En ese sentido, la evolución de esta tendencia en los centros de datos es un fenómeno que el país debe monitorear de cerca, no solo por sus enormes implicaciones para la economía global, sino también por la significativa oportunidad que podría llegar a representar para Colombia..

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