Pico y Placa Medellín
viernes
3 y 4
3 y 4
Se trata de construir un nuevo paradigma productivo en el que el plástico, de existir, deje de ser una amenaza para convertirse en un material circular y responsable.
Otro año más, las negociaciones en Ginebra para un tratado mundial sobre la reducción de plástico, llegaron a un punto muerto. Al parecer, nada va a cambiar, solo el tamaño del reto que tenemos en frente, pues la crisis generada por el hombre está prácticamente fuera de control. Se prevé que la producción y los desechos de plástico se triplicarán para 2060, lo que pondrá en peligro la salud humana, el medio ambiente y las futuras generaciones.
Los representantes de 184 países, reunidos en Suiza desde el pasado 5 de agosto hasta ayer, no lograron ponerse de acuerdo en un mínimo común denominador y sucumbieron frente al llamado “Grupo de Países Afines”, formado por aquellos países productores de petróleo que rechazan las restricciones a la producción de plástico o de determinadas sustancias químicas perjudiciales, y liderado por Rusia, China, Irán y Arabia Saudí.
El lobby de los representantes de la industria petroquímica es tan fuerte, que este es el tercer año que se fracasa en el intento de coerción sobre el volumen de producción de plásticos. La verdad es que lo único que se consiguió fue un borrador débil que se plegó a los estados petroleros, que no crea ningún espacio de cooperación internacional y que no tiene ningún carácter de obligatoriedad para controlar lo que se avecina. Tal parece que primaron los intereses de esos petroestados cuyo crudo y gas natural proporcionan los componentes básicos de los plásticos.
Colombia jugó un papel muy activo en esta reunión y buscó un texto ambicioso para luchar contra este tipo de contaminación. Chile, México, Panamá, Canadá y la Unión Europea se sumaron a la postura, así como las naciones insulares del Pacífico. Pero en vista de los resultados, no les quedó más que declarar inaceptable el documento que se pretendía aprobar el miércoles.
La contaminación por plásticos no es solo un problema ambiental, sino un desafío global que exige acción urgente y colectiva. Más de 400.000 toneladas se producen en el mundo cada año, de las cuales menos del 10% se recicla. Once millones de toneladas acaban cada año en lagos, ríos y mares. El costo social y medioambiental oscila entre los 300.000 y los 600.000 millones de dólares anuales.
Para dimensionar el problema a nivel individual, cada persona consume más de 50.000 partículas de plástico al año. Así, el plástico está en la naturaleza, en los océanos y en nuestros cuerpos. Más de 16.000 químicos se usan para producirlo, entre ellos estabilizantes, tintes, rellenos y retardantes de fuego, siendo los más conocidos y dañinos PBDE, BPA y DEHP, presentes en tantos productos de uso cotidiano que parece imposible evitarlos.
A estas alturas está más que comprobado su efecto nocivo en todas las etapas de la vida humana, aunque aún falta mucho por descubrir. Desechos de plástico, descompuestos en micro y nanopartículas, entran al cuerpo a través del agua, la comida y la respiración. Y así las han encontrado los investigadores en la sangre, el cerebro, la leche materna, la placenta y los huesos. En un estudio realizado en 38 países durante un año, se calculó que el gasto en salud pública generado por la contaminación de solo tres tipos de plásticos alcanzó los 1,5 billones de dólares.
Aunque lo vivido en Ginebra estos últimos días se siente como una oportunidad perdida, hay que seguir en la lucha para promover la circularidad del plástico y evitar su fuga en el medio ambiente. Es ingenuo pensar que de esta crisis se saldrá únicamente a través del reciclaje: urge reducir la producción de plásticos de un solo uso y mejorar la gestión de residuos. Colombia, curiosamente, tiene una legislación avanzada al respecto.
Aquí, la esperanza se mantiene viva gracias defensores ambientales, emprendedores y científicos que no se resignan. En Colombia y en el mundo, surgen tecnologías para fabricar bioplásticos a partir de residuos orgánicos, algas marinas o féculas vegetales, que se degradan en semanas en lugar de siglos. Otras iniciativas buscan capturar microplásticos en las plantas de tratamiento de aguas, desarrollar enzimas que aceleran la descomposición de polímeros y sustituir envases por materiales reutilizables o compostables.
Estas soluciones no son aún la norma, pero demuestran que la innovación puede abrir caminos donde la política se estanca. Proyectos liderados por universidades, startups y organizaciones sociales ya muestran resultados prometedores, y merecen el apoyo decidido de gobiernos, inversionistas y consumidores. No se trata solo de resistir frente al deterioro, sino de construir un nuevo paradigma productivo en el que el plástico, de existir, deje de ser una amenaza para convertirse en un material verdaderamente circular y responsable.
La historia dirá si fuimos una generación capaz de domar la marea plástica o si nos dejamos arrastrar por ella..