En 1985 se jugaba la final de la Champions entre el Liverpool y la Juventus en un estadio neutral, el de Bruselas. Los hooligans de entonces se lanzaron contra los hinchas italianos, se cayó un muro, y murieron 39 personas. Por la tragedia condenaron a los británicos a seis años sin participar en competiciones europeas. El fútbol inglés tocó fondo.
Unos años después, y tras otras tragedias, el gobierno de Margaret Thatcher le puso tatequieto a la violencia de las barras: crearon grupos élite de policía, con agentes infiltrados (35 hooligans fueron condenados a penas perpetuas y 5.000 más quedaron en una lista de reseñados a los que se les prohibía, entre otras, entrar al estadio) y el principio de cero tolerancia fue tan extremo que si un barra brava era capturado en el metro o en un tren, la empresa transportadora era multada.
Vale recordar esta historia tras lo ocurrido el domingo en el estadio Atanasio Girardot, en la antesala del partido de Nacional y América, algo que no debió pasar y sobre todo no se puede repetir. Por fortuna no hubo víctimas mortales que lamentar, pero los casi 90 heridos, la destrucción del mobiliario del estadio y el uso de objetos contundentes son prueba suficiente de lo peligroso del episodio.
A diferencia de las autoridades en Europa, que fueron drásticas, en Medellín, las autoridades locales, si bien condenaron el uso de la violencia, al final terminaron defendiendo a las barras. Y el Ministerio de Interior anunció una reunión dentro de diez días para ver qué medidas tomar. Por supuesto los hinchas que provocaron el desorden y pusieron al estadio al borde de una catástrofe andan como si nada. Ni siquiera los han identificado. ¿Por qué esa complacencia de las autoridades con este episodio de violencia?
Lo más grave es que todo indica que el vandalismo que se desató el domingo en el estadio no fue espontáneo, fue planeado. Los escandalosos audios de charlas telefónicas entre hinchas son una evidencia: “armamos un mierdero allá. Y si toca cogernos con los tombos nos cogemos”, decía uno; “Tenemos autorización de todo. Hasta de cascar a ese viejo pirobo si uno lo encuentra por ahí”, replicaba el otro. “Hay luz verde pa’ todo. Hay luz verde para el que quiera robar la ‘Tienda Verde’” , uno más. A los audios se suman los testimonios entregados a este medio por algunos hinchas de Los del Sur según los cuales desde temprano en la mañana del domingo ya sabían que algo iba a pasar en el estadio.
Y tal vez lo más significativo, ese día no se presentaron los encargados de logística en la tribuna sur del estadio, que eran los llamados a controlar los desmanes. Estos personajes, los de la logística, son claves en esta historia. En el caso de los hooligans, por ejemplo, entre las muchas medidas que tomó el Gobierno Británico fue obligar a todos los clubes a formar sus propios grupos de logística, para que la policía no tuviera que estar dentro del estadio. Pero mientras allá optaron por especialistas en relaciones públicas y manejo de masas; aquí, la barra Los del Sur es la que maneja la logística.
Mientras en un caso, el de los clubes de Inglaterra, cuidar la tribuna y facilitar su logística, se convierte en una tarea profesional, con todo lo que ello implica; aquí en Medellín los de la logística quedan a discreción de la barra y, como en el caso de este domingo, simplemente no se aparecen.
Hay que reconocer que durante muchos años Medellín había logrado construir una cultura de convivencia alrededor de la fiesta del fútbol en la ciudad. Pero lo sucedido el domingo prende las alarmas y advierte que algo está fallando.
Más allá de que se pueda cuestionar las maneras que utilizó el Atlético Nacional para “quitarles los beneficios a las barras”, que no fueron apropiadas; el problema de fondo, o al menos parte del problema, está en haberles dado tanto poder a líderes de las barras. Se hizo seguramente de buena fe, con el ánimo de hacer a los hinchas partícipes y corresponsables del espectáculo. Pero en los últimos meses se ha comenzado a ver cómo estos líderes hacen exigencias como si fueran los dueños del equipo: desde a qué jugadores mantener en el equipo, hasta a cuánto fijar los precios de la boletería. Por no hablar de exigencias que rayan con el delirio como la de vetar a un directivo del equipo y exigir que lo echen porque “es hincha de Millonarios”. O la de “no toleraremos fracasos”, haciendo referencia a la Liga, la Superliga, y la fase de grupos de la Copa Libertadores.
Las barras de fútbol, en la medida en que mueven tantas emociones, son grupos sociales más complejos de manejar que muchos otros. Darles poder a sus líderes, por muy buenos que ellos sean, puede llegar a ser contraproducente. Bien preguntaba el congresista Daniel Carvalho: “¿Cómo se eligen a los líderes de las barras? ¿Cómo se administra el dinero que les entra? ¿En qué momento rinden cuentas sobre los ingresos y los gastos que tuvieron?”.
Decía Simón Bolívar en el Congreso de Angostura (1819), en medio del afán por crear una república: “nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder (...) se origina la usurpación y la tiranía”. La frase vale no sólo para los gobiernos si no también para todo tipo de grupos sociales, como en este caso las barras.
Es absolutamente inaceptable que sectores de las barras apelen a la violencia como una respuesta porque les han quitado “beneficios económicos”. Es hora de que la Alcaldía, el Atlético Nacional y las barras se sienten de nuevo y redefinan los papeles de unos y otros. Medellín no se puede quedar sin el Nacional. Que sea esta una oportunidad para dar un salto y demostrar que de verdad es un gran equipo y que de verdad tiene una gran hinchada.