El acto protocolario que se realiza hoy en la Casa Blanca, para celebrar los 15 años del Plan Colombia, trasciende el aspecto ceremonial. Reviste, ante todo, profundo sentido político, ocasión además para revisar el programa de cooperación internacional más grande que ha ejecutado nuestro país en su historia.
Es apenas de justicia que allí, junto al presidente Barack Obama, esté el exmandatario colombiano Andrés Pastrana. Fue él quien, junto con su equipo de colaboradores cercanos (el canciller Guillermo Fernández de Soto, el entonces embajador en Estados Unidos, Luis Alberto Moreno, y el director de Planeación Nacional, Jaime Ruiz) concibieron y llevaron adelante la estructuración del Plan. Con el mérito añadido de haber logrado no solo el aporte del entonces presidente Bill Clinton, sino de haber concitado apoyo bipartidista (demócratas y republicanos) en el Congreso estadounidense.
El Plan, que se inició en julio del año 2000, recibió en su momento toda clase de objeciones por parte de académicos, organizaciones no gubernamentales y colectivos de derechos humanos. Los recelos surgían por el reforzamiento de la capacidad militar y policial del Estado colombiano, uno de los diez capítulos del Plan Colombia.
Se calcula que el aporte norteamericano ha sido superior a los 10 mil millones de dólares. Y según datos del hoy director del BID, Luis Alberto Moreno, por cada dólar el Estado colombiano ha puesto 13.
La administración Pastrana Arango no intentó en ningún momento disimular el componente militar. Antes bien, lo defendió con decisión. Eran momentos de negociación con las Farc, en condiciones muy distintas a las de los últimos tres años, no precisamente por la fortaleza estatal.
El Plan Colombia se denominó “Plan para la paz, la prosperidad y el fortalecimiento del Estado”. A la guerrilla y a todo el entorno que siempre la ha amparado y dado cobertura ideológica, tanto aquí como en el exterior, les parecía ilógico que se buscara cooperación internacional -y peor, estadounidense- para fortalecer a la fuerza pública. Pero el Gobierno colombiano pensó en términos estratégicos y de interés nacional, y ese es el gran legado de ese período. Que permitió luego la ejecución de la política de Seguridad Democrática de los dos períodos del presidente Álvaro Uribe, en cuyo mandato se dio desarrollo de largo plazo al Plan Colombia.
Ahora bien, no todos esos componentes pueden considerarse exitosos. Hay cierto consenso en que el que más interesaba a Estados Unidos, la lucha contra el narcotráfico, es el que menos logros puede mostrar. De hecho, los actuales presidentes de Estados Unidos y Colombia han declarado, sin decirlo, el fracaso de esa política. Y en Colombia habrá tránsito del narcotráfico como delito trasnacional a delito político.
También se reprocha que el Plan Colombia no hubiera hecho más énfasis en su componente social. Eso es controvertible. De los más de 10 mil millones de dólares aportados por E.U., 2.887 millones se destinaron a la asistencia institucional (desarrollo alternativo, justicia, desplazados, derechos humanos, etc.).
El Plan Colombia trajo cambios que enderezaron, en lo posible, el rumbo de un país que llevaba torcido su destino. La pregunta pertinente, más allá de las inevitables críticas, es cuál habría sido la suerte de la Nación si este enorme programa de cooperación internacional no se hubiera llevado a cabo.