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Puede que el presidente Petro pretenda montar toda esa parafernalia de 18 exparas como gestores de paz para su ‘cosa política’.
El anuncio del presidente Gustavo Petro de nombrar a 18 exparamilitares como “gestores de paz” se ha recibido como una puñalada justo en ese lugar en el cual Colombia todavía guardaba la esperanza de que los criminales recibieran algún castigo para que la sociedad no vuelva a repetir esa historia de masacres, descuartizamientos y desplazados.
Ya el país se había tragado el sapo de que tuvieran castigos a medias: los ocho años de cárcel por sus delitos, que definió la ley de Justicia y Paz en 2005, siempre se han visto escasos. Incluso, a quienes todavía nos estorba ese batracio en la garganta, esperábamos que los paramilitares tuvieran que pagar al menos con el ostracismo, como ocurría en la antigua Grecia: que tuvieran que cargar toda su vida con la vergüenza de haber hecho un daño irreparable a la sociedad y que en esa condena a una vida de soledad se dedicaran a rumiar sus culpas. Pero ahora, Petro les quiere volver a dar papeles protagónicos.
Si revisamos, solo el caso de Salvatore Mancuso, los datos son aterradores: 12.315 asesinatos y 2.000 desapariciones forzadas. Es como si cada día, durante 40 años, Mancuso hubiera sido responsable de la muerte de un colombiano o una colombiana.
En la lista de 18 aparece también Hernán Giraldo, el cabecilla de la Sierra Nevada de Santa Marta, señalado de pederastia. Tal vez en otro país –o en este, en otro momento de la historia–, no le perdonarían al Presidente semejante descalabro. Además nombra gestores de paz a Macaco, HH, Julián Bolívar, Berna, Cuco Vanoy, que no fueron más que narcotraficantes que se pusieron la camiseta de la política para ganar indulgencias del Estado y limpiar sus fortunas. Tremenda paradoja que sea precisamente Gustavo Petro quien se encargue de darles esta gabela.
Pero aún más pavoroso es el retrato de lo que fue la barbarie paramilitar. ¿Qué pasó en los 30 pueblos que, a sangre y fuego, desocuparon por completo? ¿Cuánto terror, cuánto miedo, se podía vivir en las calles de esas aldeas fantasmas? ¿Alguien se puede alcanzar a imaginar lo que significa verse obligado a salir de la casa corriendo, para nunca más volver, porque llegan hombres armados dispuestos a matar al que se atraviese en el camino?
¿O qué tal el espantoso capítulo de los descuartizados? Cuando los paramilitares comenzaron a matar mucha gente se les ocurrió que era mejor no dejar rastro, si lanzaban los cadáveres a los ríos aparecían flotando, si los enterraban era un trabajo muy arduo. Diseñaron una práctica para desmembrar los cuerpos y así no tener que hacer mucho esfuerzo al esconderlos bajo tierra. Las historias de esa barbarie son infinitas y pasó apenas hace menos de 20 años.
¿En qué cabeza cabe que ahora el presidente de la República, quien debe representar la dignidad de un país, decida graduar a todos los patrocinadores de esta barbarie como “gestores de paz”?
Estamos ante un completo despropósito. Es tan absurdo que la Corte Suprema publicó un comunicado en el que plantea que Salvatore Mancuso no puede ser considerado gestor de paz porque “no consulta con los derechos de sus víctimas”.
La excusa del presidente Gustavo Petro es que, según él, van a decir la verdad. ¿Cómo creerles a quienes han hecho su vida a punta de trampas y de destruir la Constitución y las leyes? Una cosa es que se desmovilicen, que entreguen las armas, que reparen a sus víctimas y que se comprometan a no repetir y otra muy distinta es que el presidente Gustavo Petro los convierta en los oráculos de la verdad.
Darles ese título es como darles la medalla de honor a quienes le han traído solo sufrimiento al resto de la sociedad. Es un insulto de parte del presidente Petro a todos los que día a día se la juegan por construir un mejor país. Decenas de jueces y magistrados los han escuchado y han tomado atenta nota de sus dichos durante 15 años. Se han llenado miles de folios con sus historias. ¿Por qué esta vez sí podemos confiar en que van a contribuir a la paz si en el pasado no lo han hecho?, dice la defensora del Pueblo, Irís Marín.
Si les quedó faltando decir algo, bien pueden hacerlo ante Justicia y Paz sin necesidad de ponerlos a izar la bandera como los más aplicados del curso. Pero todo indica que el presidente Petro pretende montar toda esta parafernalia para su “cosa política”. En un video, de 2004, se ve a Petro entonces congresista diciendo: “El presidente de la República es hoy un hombre secuestrado por los paramilitares porque depende de ellos su propia reelección. Es el señor Mancuso el que tiene la posibilidad de la reelección del presidente de la República: con el voto de congresistas adictos y con los votos cautivos de los ciudadanos que controlan en sus regiones”. Si bien se refería a otro presidente, Petro pareciera estar revelando la que podría ser su estrategia electoral 20 años después. En el reportaje que publica hoy EL COLOMBIANO una fuente metida en ese proceso dice: “Toda la paz de Medellín la están politizando, ahora están acomodando fichas para las presidenciales de 2026, lo mismo pasa con los excomandantes paramilitares, esa es una movida para buscar votos”.
Sin duda sería la estrategia política más mezquina de la historia de Colombia porque estaría pasando por encima de la dignidad de las víctimas, manda un mensaje simbólico devastador para la sociedad y les da un estatus de gente buena a quienes por el contrario no les debería alcanzar la vida para expiar sus crímenes.