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La paradoja es clara: mientras algunas métricas aún reflejan una economía con inercia positiva, el conjunto de señales apunta a un deterioro inminente. La combinación de decisiones unilaterales en política comercial, la pérdida de previsibilidad en las reglas de juego y la reacción defensiva del aparato productivo están debilitando los pilares del liderazgo económico estadounidense.
EL COLOMBIANO
El primer trimestre de 2025 marcó un punto de quiebre para la economía de Estados Unidos. Tras casi tres años de crecimiento robusto y un desempeño notablemente superior al de las demás grandes economías desde la pandemia, el PIB de ese país cayó un 0,3 % comparado con el mismo periodo del año anterior.
Aunque algunos analistas han intentado explicar esta contracción como una simple “anomalía estadística” producto del aumento de importaciones, la realidad es más preocupante: la incertidumbre asociada a la nueva ola de aranceles impulsada por la administración Trump ya está teniendo efectos reales y negativos sobre la actividad económica de su país. Y lo más inquietante es que lo peor aún no ha llegado.
La narrativa que atribuye esta contracción a efectos contables —como el viejo error de asumir que las importaciones “restan” al PIB— ignora lo esencial: el gran problema radica en la reacción negativa del aparato productivo ante un entorno de creciente incertidumbre comercial. A partir de la posesión de Trump, empresas y consumidores comenzaron a modificar abruptamente sus decisiones de gasto: compañías de todos los tamaños empezaron a anticipar compras de bienes extranjeros para evitar el encarecimiento que traería el nuevo esquema de aranceles que anunció el Presidente.
En ese contexto, las importaciones de bienes crecieron un 41% anualizado, el mayor incremento en cinco años. Esta oleada de compras provocó un aumento inusual en los inventarios, que contribuyó positivamente al PIB con más de dos puntos porcentuales. Pero detrás de esa aparente mejoría se esconden señales preocupantes: la acumulación de inventarios no fue el reflejo de una expansión sostenida de la demanda, sino una respuesta defensiva frente a las políticas inciertas. Esa urgencia probablemente implicó desviar recursos que, en condiciones normales, se habrían destinado a inversión productiva nacional o al consumo de bienes y servicios locales. El resultado fue una desaceleración de la producción interna que sí impacta de forma directa el crecimiento.
Al temor por los aranceles más altos en el futuro cercano, se suma también la expectativa de condiciones operativas cada vez más costosas para las empresas norteamericanas de tal suerte que estamos presenciando una economía que responde al ruido de la incertidumbre política.
Ahí está uno de los grandes peligros de estos mandatarios populistas –llámese Trump o llámese Petro–: se tienen tanta fe que creen tener la solución para todo y van tomando decisiones sin consultar a los técnicos. En cualquiera de esos experimentos pueden meter al país, sea Estados Unidos o sea Colombia, en un grave problema.
Además, lo ocurrido entre enero y marzo es apenas el preludio. El grueso de los aranceles anunciados el 2 de abril —el llamado “Día de la Liberación”— apenas empieza a aplicarse. Los efectos de segundo orden —como la ralentización de nuevas contrataciones, el ajuste de márgenes empresariales o el deterioro del clima de confianza— apenas están en marcha. Las señales preliminares son elocuentes: el puerto de Los Ángeles, principal puerta de entrada de productos desde China, anticipa que los arribos en la semana del 4 de mayo serán un tercio menores que un año atrás.
Incluso indicadores más estables como las ventas finales a los consumidores privados —que crecieron 3 % en el trimestre— podrían deteriorarse en los próximos meses, a medida que las empresas deban tomar decisiones difíciles sobre cómo enfrentar los mayores costos: si los trasladan al consumidor, si los absorben o si, simplemente, dejan de importar ciertos productos. Hoy, muchas aún operan con inventarios previos a los aranceles. Pero ese colchón se está agotando, y el “después” empezará a sentirse en los estantes.
Del lado de la inversión, el panorama tampoco es claro. La inversión privada creció un impresionante 22%, gracias en gran parte a un aumento puntual en compras de equipos de computación, atribuible tanto al auge de la inteligencia artificial como al adelantamiento de compras por miedo a los aranceles. El problema es que este auge puntual podría estar maquillando una debilidad más estructural: ¿qué parte de esa inversión es sostenible y cuánto es simplemente un anticipo de una única vez?
La inflación, por su parte, sigue sin ceder lo suficiente, complicando y trayendo incertidumbre al margen de maniobra del banco central. Si la economía sigue desacelerándose, pero los precios se mantienen altos por efecto de los aranceles, la Fed enfrentará el peor dilema posible: subir tasas y agravar la desaceleración o dejarlas estables y correr el riesgo de que la inflación se consolide por encima del objetivo.
La paradoja es clara: mientras algunas métricas aún reflejan una economía con inercia positiva, el conjunto de señales apunta a un deterioro inminente. La combinación de decisiones unilaterales en política comercial, la pérdida de previsibilidad en las reglas de juego y la reacción defensiva del aparato productivo están debilitando los pilares del liderazgo económico estadounidense. Estados Unidos se echó al hombro con fuerza la recuperación global tras la pandemia. Pero esa posición, que parecía consolidada, hoy está en entredicho.
En este contexto no resulta extraño que Estados Unidos y China dialogaran el fin de semana en Ginebra, que es la sede de la Organización Mundial del Comercio, que incluso lo hayan hecho un domingo y sobre todo que el presidente estadounidense, Donald Trump, tal vez preocupado por el efecto que está provocando haya escrito en sus redes sociales que estaban haciendo “grandes progresos” e incluso sugirió un “reinicio total”. A la expectativa de los detalles, Estados Unidos dice que llegaron a un acuerdo.
El costo de esta guerra comercial en la economía global apenas empieza a medirse.
“Ahí está uno de los grandes peligros de estos mandatarios populistas –llámese Trump o llámese Petro–: se tienen tanta fe que creen tener la solución para todo y van tomando decisiones sin consultar a los técnicos”.