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Buffett inspira por su austeridad. Vive en la misma casa de Nebraska que compró en los años 50 y suele bromear que desayuna en McDonald’s cuando se despierta de buen humor.
Warren Buffet ha aparecido religiosamente en la lista de las cinco personas más ricas del mundo en los últimos 20 años. En 2008 incluso ocupó el primer lugar. Posee acciones de compañías como Coca-Cola, Apple y American Express, y controla empresas como Geico, de seguros; Dairy Queen, de alimentos, y BNSF Railway, de trenes. La fortuna de Buffet en 2024 fue calculada en 133.000 millones de dólares, que equivalen a 550 billones de pesos, es decir mucho más que el presupuesto de todo Colombia para el 2025.
Todo esto para entender el significado de lo que ocurrió al cierre de la asamblea anual de Berkshire Hathaway, el conglomerado de Buffet, con sede en Omaha, Nebraska. El evento bien podría describirse como el “Woodstock del capitalismo”: un rito en honor a una de las figuras más legendarias de Wall Street.
En esta ocasión, Warren Buffett, a sus 94 años, anunció que dejará finalmente la dirección de Berkshire, tras haber construido una carrera como el inversor más influyente de la Bolsa de Nueva York, y propondrá a Greg Abel como su sucesor, dando fin así a uno de los liderazgos más prolongados y rentables en la historia corporativa de Estados Unidos.
La magnitud de la hazaña de Buffett al frente de Berkshire Hathaway resulta casi obscena en cifras. Entre 1965 y 2024, la acción clase A de la compañía se multiplicó por 55.000 veces, frente a unas “modestas” 400 veces del S&P 500 en el mismo periodo. Traducido a retornos anuales, se trata de una tasa compuesta cercana al 20% durante seis décadas: un dólar invertido con Buffett cuando hace 60 años hoy superaría los 20.000 dólares.
Todo esto sin recurrir a fórmulas matemáticas complejas, sino con una disciplina casi monástica: decisiones frías, visión de largo plazo y el temple necesario para invertir en bancos y otras compañías en medio de las peores crisis bursátiles.
Sin embargo, más allá de los billones, la biografía de Buffett inspira por su austeridad. Vive en la misma casa de Nebraska que compró en los años 50 y suele bromear que desayuna en McDonald’s cuando se despierta de buen humor. Esa sobriedad ha cimentado una comunidad de accionistas que cada año convierte Omaha en un destino de peregrinación para miles de devotos de su figura y estilo.
Lo singular no es solo la convocatoria masiva en una ciudad sin mayores atractivos turísticos, sino el contenido del evento: preguntas directas, respuestas didácticas, un ambiente ritual que ha fomentado una cultura empresarial poco común en compañías con semejante nivel de capitalización bursátil.
No habrá otro Buffett. No lo habrá, sobre todo, porque su método —paciencia casi infinita, valoración minuciosa de negocios sencillos y reinversión disciplinada del capital— nació en un mercado muy distinto al actual.
En los años sesenta, cuando comenzó a forjarse el enfoque que Buffett mantendría hasta hoy, el flujo de información era lento, los fondos indexados aún no dominaban los mercados, y gigantes como BlackRock o Vanguard no existían. La competencia institucional era limitada. En ese entorno, el “Oráculo de Omaha” logró identificar y aprovechar ineficiencias de mercado que hoy son una rareza. Los gestores de activos contemporáneos operan en un ecosistema saturado de datos en tiempo real, algoritmos predictivos y decisiones automatizadas que hacen cada vez más difícil replicar la fórmula mágica con la que Buffett superó, década tras década, el rendimiento del mercado durante muchos años.
Muestra de ello es que, ya en la última década, Buffett y Berkshire Hathaway habían comenzado a perder parte de la “magia” que los distinguió en la segunda mitad del siglo XX. Entre 2009 y 2023, Berkshire registró un rendimiento anual del 13%, dos puntos por debajo del S&P 500. Sin su posición en Apple —una empresa en un sector en el que Buffett, durante años, fue reacio a invertir— la brecha habría sido aún mayor. Durante mucho tiempo, el conglomerado evitó apostar por firmas tecnológicas de alto crecimiento, en parte porque sus modelos de negocio no encajaban fácilmente con el método de valoración de Buffett. Esto dejó a Berkshire rezagada frente a un mercado que sí abrazó la era de la digitalización, algo que el propio Buffett reconoció más de una vez.
Además, Berkshire se convirtió en víctima de su propio éxito. Con un portafolio de cientos de miles de millones de dólares, la compañía alcanzó un tamaño tal que encontrar oportunidades de inversión significativas a precios atractivos se volvió cada vez más difícil: por pura escala, superar consistentemente al mercado se transformó en una hazaña improbable.
No obstante, incluso esos años más discretos —que están lejos de considerarse malos— no empañan el legado del inversionista más famoso del mundo. Ese legado perdurará en la arquitectura de Berkshire: en su gobierno corporativo sencillo, en su filosofía de largo plazo y en la convicción de que la combinación de calidad, valor y paciencia puede superar al mercado en ciclos completos.
Aunque se retira de la dirección, Buffett conservará sus acciones y planea legarlas gradualmente a obras de caridad. Su salida, inevitable tras la muerte de Charlie Munger en 2023 —su socio intelectual y amigo más cercano durante casi toda su carrera— marca el cierre de una era: la de los dos íconos más importantes en la historia de la inversión bursátil.