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Petro ha renunciado a gobernar para dedicarse a la consulta popular. Ha decidido hablarles a unos: radicaliza a sus votantes fieles, moviliza con recursos públicos a sus bases y usa todos los medios a su alcance.
La encuesta Invamer Gallup le mide el pulso al país utilizando la misma metodología desde hace tres décadas, por lo cual siempre será un buen referente para analizar la tendencia de la opinión pública en Colombia.
En su última versión, la del pasado 30 de abril, hay un hecho que a muchos les llamó la atención pero que puede tener una curiosa explicación: la popularidad del presidente Gustavo Petro, luego de haber estado el último año entre el 29% y el 34%, aumentó en esta medición de abril hasta 37%, un registro que no alcanzaba desde 2023.
Si se compara con los números de su favorabilidad cuando fue alcalde de Bogotá el comportamiento es muy parecido. Precisamente cuando faltaba un año para las elecciones de 2015, para elegir a quien lo iba a reemplazar, tuvo un significativo repunte de su imagen: de 29% de favorabilidad que tenía en agosto de 2014 subió a 40% en octubre de ese año.
¿Y por qué se puede comparar? Porque podría indicar que tanto entonces como ahora el repunte de la popularidad es resultado de que Petro hunde el acelerador de campaña un año antes de las elecciones para que su grupo político pueda mantener el poder. Como ahora, en esa época convocó a la gente a la calle contra el procurador Alejandro Ordóñez.
Esta vez, Petro no solo llama a marchas sino que ha encontrado en la transmisión de los consejos de ministros, tomando por asalto la audiencia de los canales privados, su mejor fórmula de propaganda. Lo que hace Gustavo Petro, para dirigirse directamente a los colombianos sin filtro alguno, sin que nadie pueda decir o demostrar con cifras si lo que está diciendo es verdad o mentira, es una actitud ciertamente dictatorial. A los dictadores no les gusta tener mediadores: no les sirven ni los medios, ni el Congreso, ni la justicia, porque necesitan imponer su relato único a la gente.
En buena hora el Consejo de Estado ha salido al paso y señaló que esta transmisión por canales privados afecta la pluralidad informativa, razón por la cual le dijo a la Presidencia que solo puede transmitirlos por medio de sus canales públicos.
Cabe anotar que, durante su alcaldía, la popularidad de Petro luego del repunte mencionado, volvió a caer hasta 31% y en general estuvo en un promedio de 35%. ¿Ocurrirá lo mismo ahora? En aquella ocasión su candidata a sucederlo, Clara López, ocupó el tercer lugar con 18% de los votos, por debajo de Enrique Peñalosa, elegido alcalde, y Rafael Pardo.
Una popularidad del treinta y pico, en estos tiempos de liderazgos frágiles, no es para nada despreciable: Petro sigue siendo tan o más popular que Santos, Duque, Pastrana y Samper en los últimos meses de sus respectivos gobiernos.
Popularidad que no deja de ser irónica porque la fotografía con la que está terminando el gobierno de Gustavo Petro es de lejos más calamitosa que la de cualquiera de aquellos otros.
Basta hacer un repaso de lo más reciente. Acaban de capturar a los expresidentes del Congreso, Iván Name y Andrés Calle, por haber recibido sobornos del gobierno Petro con dinero robado de las inversiones destinadas a llevar agua a las comunidades más pobres de La Guajira. Armando Benedetti —acusado de violencia de género, con varias investigaciones en curso y con audios filtrados donde habla de financiación irregular de la campaña de Petro— es el amo y señor del gobierno que se hace llamar progresista. El sistema de salud —que era ejemplar en la región— se está derrumbando por obstinación ideológica del gobierno. El ex canciller de Petro, Álvaro Leyva —hasta hace un año su más ferviente defensor— denuncia posibles adicciones del presidente que lo harían incapaz de ejercer su cargo.
El gobierno “no tiene plata” para casi nada: no paga los subsidios de luz para los estratos populares, no paga los subsidios de los jóvenes en paz que él mismo se inventó, acaba con los créditos de educación superior, a las empresas privadas las ahorca con impuestos inventados en estados de emergencia sin pies ni cabeza, y el déficit del gobierno se proyecta como el más alto en décadas, con cifras no vistas ni siquiera en la pandemia.
Se desfinancia la salud, la energía, los subsidios y otros asuntos que serían vitales para un gobierno verdaderamente progresista, pero como cualquier gobierno populista destina miles de millones para financiar batallones de influencers afines al gobierno y a RTVC, convertido —con recursos públicos— en el más vulgar despliegue de propaganda que haya visto el país. El hampa se apodera del país, con planes pistola donde matan policías y militares, mientras la Fuerza Pública está maniatada por decisión del gobierno... Justo en este momento en el que todo se junta, la favorabilidad de Petro repunta.
Petro ha renunciado a gobernar para dedicarse a hacer campaña con la consulta popular como excusa. Con astucia —jugando un todo o nada— ha decidido hablarles solo a unos pocos: radicaliza a sus votantes más fieles, moviliza con recursos públicos a sus bases y utilizar todos los medios a su alcance —incluso si eso implica pasar por encima del Estado de derecho o aliarse con las formas más ruines de corrupción, como lo evidenció el escándalo de la UNGRD— para sostener su proyecto político en cabeza de terceros.
Petro tiene clara su estrategia. Y, en los primeros rounds, le está funcionando. ¿Hasta cuándo?