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Hoy la historia es otra: no solo el PSG reina en Europa, sino que París se ha convertido en una de las mayores fábricas de talento del mundo.
El 31 de mayo, el Paris Saint-Germain (PSG) conquistó su primera Champions League con un 5-0 histórico sobre el Inter de Milán. Sin embargo, más revelador que la goleada es la historia detrás de los goleadores: en un club famoso por pagar fortunas a Messi o Neymar, tres de los cinco tantos fueron obra de franceses formados en casa. Con figuras de perfil alto —aunque menos mediáticas— como Ousmane Dembélé y Khvicha Kvaratskhelia, los protagonistas reales de la final fueron Désiré Doué y Senny Mayulu, ambos de 19 años y criados en los suburbios parisinos, quienes marcaron y brillaron al sellar la consagración europea del PSG. Otras estrellas del equipo, como Bradley Barcola y Warren Zaïre-Emery, también son oriundas de la región parisina.
Así, este partido representó la cúspide de un proceso iniciado hace tres décadas, cuando París aún era más sinónimo de moda que de fútbol. Hoy la historia es otra: no solo el PSG reina en Europa, sino que la ciudad se ha convertido en una de las mayores fábricas de talento del mundo. Muestra de ello es que, más allá del propio PSG, en la Euro 2024 trece de los veinticinco convocados a la selección francesa —uno de los protagonistas del fútbol internacional en la última década— se formaron en el área metropolitana de París.
Esa metamorfosis es una historia que combina la diversidad que aporta la inmigración, las apuestas audaces de capital extranjero y un paquete de políticas públicas e inversiones en infraestructura que transformaron los banlieues —los suburbios alejados del glamour de la Torre Eiffel y el Arco del Triunfo— en la gran cantera del fútbol mundial.
Hasta antes de los años 2000, Marsella —campeón de Europa en los 90—, Lyon, Mónaco o Saint-Étienne eran los nombres con los que se asociaba el fútbol francés. París, pese a su peso económico y político, apenas contaba con un club de primera división que no destacaba ni a nivel local ni internacional.
Sin embargo, en los suburbios del norte y del este de la ciudad la demografía cambiaba a toda velocidad. El estallido poblacional, impulsado por la llegada de familias inmigrantes, transformaba la sociedad y sus aficiones: de pronto, una urbe más cercana al rugby que al fútbol se llenaba de canchas y de niños jugando con un balón en cada rincón.
El Estado francés comprendió pronto que ese ímpetu necesitaba cauce. A partir de 1998 —el año del primer Mundial ganado por “Les Bleus”, con figuras de origen migrante como Zinedine Zidane, Lilian Thuram y Patrick Vieira— se multiplicaron las canchas de césped artificial, la iluminación nocturna y la inversión en la profesionalización del fútbol juvenil. La joya fue Clairefontaine, la academia que cada año selecciona a decenas de adolescentes de Île-de-France y los pule con un método de entrenamiento tan aplicado como riguroso. Dos generaciones después, las cifras hablan solas: la región parisina aporta, de forma constante, más jugadores a las cinco grandes ligas europeas que cualquier otra zona del planeta.
Nombres como Thierry Henry, Patrice Evra, Louis Saha y Nicolas Anelka, estrellas de principios de los 2000, nacieron en el Gran París. En los últimos años la tendencia se ha acentuado: Kylian Mbappé, William Saliba, Kingsley Coman, Benjamin Mendy, Paul Pogba, N’Golo Kanté o Presnel Kimpembe son apenas algunos ejemplos de la nueva oleada. Y el fenómeno trasciende a Francia: en el Mundial de 2022, seis cameruneses, cuatro tunecinos, tres senegaleses, un alemán y un portugués habían nacido en el área metropolitana parisina. En la selección de Costa de Marfil, más de la mitad de los titulares se formaron en las canteras de la capital francesa.
Sin embargo, a esa base demográfica y al esfuerzo público le faltaba un impulso privado que permitiera al fútbol parisino trascender su papel de simple fábrica de talentos. Ese empujón llegó en 2011, cuando Qatar Sports Investments compró el PSG por unos 70 millones de euros. De pronto, el club tuvo músculo financiero para codearse con Real Madrid, Bayern Múnich, Liverpool, Manchester City o Barcelona. Las inversiones fueron masivas: estrellas como Thiago Silva, Edinson Cavani, Zlatan Ibrahimović, David Luiz y Neymar encendieron a una hinchada que llevaba décadas esperando un equipo de primera. Sin embargo, el gran trofeo europeo siguió esquivo hasta 2025: al final, hizo falta un once con mucha cantera y menos “galácticos” para llevar al PSG a la gloria.
París no levantó su éxito sobre un solo magnate ni sobre la tradición de un club centenario. La receta combina los efectos positivos que puede traer la migración, canchas públicas bien mantenidas, entrenadores pagados por el Estado y capital extranjero que evita la fuga temprana de sus promesas. Nada asegura que dure para siempre: un cambio de propietario o el surgimiento del fútbol de un país vecino podrían romper el equilibrio. Pero, a día de hoy, el sistema funciona. El 5-0 de Múnich lo dejó claro: un grupo de muchachos de los banlieus levantó la Copa y recordó que París ahora es la ciudad que manda en el fútbol.