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La decisión de Biden de no extender su mandato promete envejecer agraciadamente entre los historiadores que estudien su administración.
“Hay décadas donde no pasa nada y hay semanas donde pasan décadas”, es una cita atribuida a Vladimir Lenin que, irónicamente, hoy en día aplica para el país que sería su némesis: Estados Unidos. En menos de 10 días, la política estadounidense se ha sacudido como en pocos momentos de la historia reciente se tiene recuerdo.
Primero, el lamentable intento de asesinato de Donald Trump; luego, la elección de J.D. Vance como vicepresidente de Trump y posible sucesor de su movimiento “Make America Great Again”; y, finalmente, el retiro del presidente Joe Biden de las elecciones de este noviembre y el masivo apoyo del Partido Demócrata para Kamala Harris como su sucesora. En escasos días, hemos podido presenciar eventos que podrían definir la política del país más poderoso del mundo por muchos años, a un ritmo tal que se hace verdaderamente complicado de digerir.
El intento de acabar con la vida de Trump en Butler, Pensilvania, estuvo literalmente a milímetros de alterar el rumbo de la historia, la democracia de Estados Unidos sufrió uno de sus embates más grandes en muchos años. Si bien la historia de Estados Unidos no ha sido ajena a atentados y, en cuatro ocasiones, a asesinatos de presidentes, la muerte de Kennedy ya fue hace más de 60 años y el atentado a Reagan hace más de 40 años: que la violencia sea una alternativa a la que vuelvan a recurrir los estadounidenses para dirimir sus diferencias es una verdadera señal de alerta. El reto ahora será lograr una desescalada en las tensiones que ha traído la extrema polarización política de los últimos años, para lo cual cambios en los discursos beligerantes de los candidatos de ambos partidos será crucial.
Sin embargo, al menos en el caso de Donald Trump y el Partido Republicano, su elección de J.D. Vance como candidato vicepresidencial el pasado martes y su aparición vigorosa en la Convención Nacional Republicana, sugieren que, más que buscar alinearse hacia la moderación, Trump dobla sus apuestas en el discurso ultra-conservador y nacionalista que ha caracterizado a su movimiento político.
Vance, un senador por Ohio con menos de 40 años, exmilitar y graduado de Yale, surgió a la fama gracias a su libro “Hillbilly Elegy”, que narra su vida en una familia trabajadora de los Apalaches y el impacto de la pobreza y la adicción en su comunidad. Representa una de las caras más fieles de “Make America Great Again” y de la corriente en contra de la llamada cultura “woke”, y con su nombramiento como vicepresidente apunta a ser, gracias a su corta edad, uno de los candidatos más opcionados a suceder al expresidente en la dirección de un movimiento político que hasta hace poco ha dependido totalmente de su figura: independiente del resultado de las elecciones, en Washington seguramente se escuchará el nombre de J.D. Vance por muchos años más.
Luego, el domingo por medio de una escueta carta, el mundo entero se estremeció ante la renuncia de Joe Biden a su aspiración presidencial, un hecho con pocos precedentes en este país para un presidente en ejercicio: el último recuerdo que se tiene es la renuncia de Lyndon B. Johnson, hace ya casi 60 años. En el caso de Biden, la decisión se dio ante un cada vez más inmanejable descontento entre voces prominentes de su partido debido a las preocupaciones que dejó su catastrófico desempeño en el debate de hace unas semanas y sus cada vez más evidentes quebrantos de salud y deterioro cognitivo. Sin embargo, lejos de ser la movida obvia, la renuncia de Biden promete ser un evento que ayudará a consolidar su legado: a pesar de ser la persona más poderosa del mundo, supo anteponer los intereses de su partido primero, entendiendo que su presencia en el tarjetón aumentaba las posibilidades de Trump de obtener una holgada victoria.
Habiendo sido el presidente durante el cuatrienio en que su país salió de la pandemia del COVID-19, impulsó una nueva política industrial para revivir el sector manufacturero enfocado hacia la transición energética y se vio un desempeño económico notable y significativamente por encima del resto del mundo desarrollado, la decisión de Biden de no extender su mandato promete envejecer agraciadamente entre los historiadores que estudien su administración.
Y así, finalmente, llegamos a Kamala Harris, quien gracias al apoyo de Biden como su opción preferida para ser sucesora y a la unión sin dubitación de figuras prominentes como Gavin Newsom, Gretchen Whitmer, J.B. Pritzker, Pete Buttigieg, Josh Shapiro y otras figuras del Partido Demócrata que sonaban como posibles contendientes a heredar la candidatura, se consolidó en escasas horas como la gran favorita para medirse con Trump en las próximas elecciones. Será una candidata con pocos precedentes: la primera en décadas en no ser elegida por elecciones primarias, liderando una de las campañas más cortas de las que se tiene recuerdo y, lo más importante, con posibilidades de convertirse en la primera mujer en liderar a su país.
Un diario de Europa tituló acertadamente: “La bala le pegó a Trump, pero mató a Joe Biden”. Ahora con el cambio por Kamala Harris se le podría sumar: “Y le puso una adversaria más difícil en su camino a la Presidencia”.
Definitivamente, en pocos días, en Estados Unidos pueden haber pasado décadas.