Colombia está en mora de replantear los rellenos sanitarios como la solución principal para la disposición final de residuos sólidos y migrar hacia una cultura social y ciudadana de “cero basuras”, a un macroproyecto sostenible, amigable con el medio ambiente, generador de nuevos ciclos productivos, riquezas y empleo a gran escala.
El país produce un promedio diario de 39.000 toneladas de residuos sólidos, según Exporresiduos 2020. Aunque cerca del 80 % de estos pueden ser usados como recursos y materias primas en nuevos ciclos productivos, casi todo termina en los botaderos.
Solo el impacto ambiental de los rellenos debería justificar y hacer obligatorio que el manejo de los desechos sólidos fuese convertido en una megaindustria, tal como está escrito en documentos Conpes, Planes de Gestión Integral de Residuos Sólidos (PGIRS), ordenanzas, acuerdos metropolitanos, pero el país, las áreas metropolitanas y municipios van a un paso tan lento en esta gestión, que seguramente solo reaccionarán cuando todo colapse.
La única forma real de prolongar por décadas los rellenos es que a los mismos solo vaya lo que definitivamente no puede reciclarse o reutilizarse.
Mes tras mes la Contraloría y la Procuraduría alertan sobre los lastres por el mal manejo de los rellenos, los residuos y el no aprovechamiento de estos, como lo exige el mundo moderno. De los 174 existentes en el país, a 22 se les acabó la vida útil en 2018, mientras que a otros 18 les quedan menos de tres años, según el Informe Nacional de Residuos Sólidos (2019).
A esto se suman 101 grandes botaderos de basura a cielo abierto, uno de ellos en Quibdó, ciudad capital.
El relleno de Doña Juana, que sirve a Bogotá, la Contraloría lo califica como ejemplo nacional de tratamiento deficiente de residuos sólidos. El 45 % de los rellenos de Antioquia acabará su vida útil máximo en 2023, hecho apremiante toda vez que la mayoría de los PGIRS municipales no avanza en la estrategia de llevar la disposición de residuos sólidos de lineal a circular para un real aprovechamiento integral de los mismos.
Debe reconocerse que Medellín tiene avances y planes por ejecutarse destacables en el manejo de las basuras, pero sigue en su círculo vicioso de trasladar el problema de un lado a otro. Esta semana se anunció una inversión de $400.000 millones para prolongar la vida útil de Pradera, que se vence en 2023, hasta 2030.
Si distintas ciudades del mundo, caso San Francisco (EE.UU.) demuestran que es posible alcanzar la meta de basura cero y que su manejo inteligente, transparente y sin atajos de las mismas es una enorme oportunidad de generación de riqueza y salud ambiental, ¿por qué la ciudad y el país siguen a paso lento o estancadas en esta iniciativa?
Pese a sus imperfecciones, solo recoger, trasladar y manejar las basuras en los rellenos sanitarios generan una renta anual en el Aburrá y Bogotá cercana al billón de pesos, recursos que se multiplicarían si se sale de esta zona de confort y se hace un manejo integral de los mismos.
Alrededor de Moravia, antiguo botadero de basuras en el centro de Medellín, funciona en lotes, sótanos, casas, edificios, talleres (...) una suerte de distrito industrial de varias cuadras especializado en el reciclaje de papel, cartones y otros productos, con numerosos empleos y desarrollo. La Andi, con cerca de 200 empresas, trabaja en un ambicioso plan de economía circular a 2030.
Imposible que el país siga sepultando una riqueza que mueve en el mundo unos US$200.000 millones anuales, dato de la Oficina de Reciclaje Internacional. En el reciclaje no hay nada que inventar, existen las tecnologías, el país sabe cómo hacerlo. ¿Qué falta entonces?, voluntad política, total compromiso y responsabilidad ciudadana y dirigentes capaces de asumir este reto
