Los dos indicadores más importantes acerca de la salud macroeconómica de un país, el crecimiento del PIB y la inflación, muestran registros aceptables para Colombia en 2018. En el año el crecimiento anual del PIB colombiano debería estar cerca al 2,7 % y se espera que la inflación del año completo sea cercana al 3,3 %.
Destacable en ese crecimiento el fortalecimiento de la demanda interna impulsada por el dinamismo del consumo de los hogares. También mejoró la demanda externa, jalonada por un aumento de las exportaciones industriales y agroindustriales, y por unos precios del petróleo al alza que, sin embargo, se desplomaron en el último trimestre del máximo alcanzado por la cotización Brent de cerca de 80 dólares el barril.
Esa fuerte demanda propició la recuperación de la actividad económica y a lo largo de año se acumularon buenas noticias de sectores que empezaban a mostrar mejores indicadores, como fue el caso de la industria y el comercio. La tasa de desempleo se mantiene por debajo de los dos dígitos lo que indica que no hay sobresaltos inesperados en el mercado laboral.
La inflación, por su parte, se ha portado bien en 2018. En todo el año ese indicador se ha situado dentro del rango meta (2–4 %) de inflación fijado por la junta directiva del Banco de la República. Si bien los precios de los bienes regulados crecen más que la inflación, esto se compensa con la corrección en los precios de los bienes no transables y transables, y de los alimentos. El buen desempeño de la inflación ha permitido que la autoridad monetaria mantenga inalterada su tasa de intervención en 4,25 %. Una tasa que debería permitir que la economía consolide su recuperación.
Si bien los indicadores son adecuados, al cierre de 2018 hay algunos aspectos que inquietan en relación con la situación de la economía colombiana. El primero, es la imperiosa necesidad de reducir el déficit en cuenta corriente más allá del 3,6 % en el que hoy se encuentra. El desbalance externo debe reducirse aún más, para hacer nuestro crecimiento sostenible. El segundo aspecto está relacionado con el resultado final de la reforma tributaria (denominada ley de Financiamiento) que no recauda sino la mitad de lo buscado originalmente por el Gobierno, y en esas condiciones, será necesario un recorte en el gasto que está por definirse.
En suma, podría decirse que la economía colombiana logró pasar sin mucho brillo un año que se caracterizó por la presencia de incertidumbre. En la economía global esta última se dio por la guerra comercial y las dificultades de grandes emergentes como Turquía y Argentina, que llenaron de temores a los mercados. En casa, la incertidumbre se originó sobre todo por el tema político en un año electoral y, posteriormente, por el trámite de las reglas tributarias de la Ley de Financiamiento, que afectó de forma grave las expectativas de los hogares, como lo registró el índice de confianza de los hogares de Fedesarrollo.
Es claro que la economía es vulnerable como consecuencia de sus problemas fiscales y la presencia de un todavía importante desbalance externo. La Ley de Financiamiento da un respiro, pero no es todavía una solución definitiva en el tema fiscal. En el frente externo, el temor es que las exportaciones se vean afectadas por el desplome en el precio del petróleo y porque las no tradicionales no se consoliden en un entorno comercial complicado.