Las películas sobre deportistas de la vida real casi siempre son edificantes historias en las que gracias al talento y la tenacidad, algunos seres especialmente dotados consiguen anotar en el último minuto o alcanzar la medalla que soñaban. Suelen usarse en conferencias de superación personal, para que las personas tengan modelos a seguir que les inspiren valor al ver a alguien que recibe una recompensa por su dedicación. Esos seminarios deberían modificar su estructura e incluir Tonya en su método, pues las lecciones que brinda esta entretenida y bien contada historia, son tan importantes como las anteriores.
El hecho de que la película alterne entre unas “entrevistas” a sus protagonistas, en un presente posterior a los sucesos que se narran, pero no contemporáneo al nuestro, crea una doble narración, pues por un lado vemos a Tonya Harding, la tristemente célebre patinadora sobre el hielo, crecer en una familia disfuncional, soportar las humillaciones de su madre, casarse mal y divorciarse peor, y por el otro a la misma Tonya (y a otros cuatro personajes) reflexionando a posteriori sobre lo afortunadas o no que fueron sus decisiones, y cuestionándonos acerca de lo que ellos suponen que vamos pensando al conocer su pasado.
Un guión intrincado y de varias capas (a veces el yo del pasado de un personaje le habla a la cámara, pronunciando una reflexión de su yo del presente) que permite a la película trascender a la mera anécdota de tabloide (porque seguramente muchos de ustedes recordarán qué hizo famosa a Tonya Harding) para convertirse en un potente acercamiento a temas tan universales como lo que hacemos o no para encajar en las normas del mundo al que queremos pertenecer (la pobre Tonya era demasiado brusca para el mundo de princesitas púdicas que pretendía ser el patinaje), o esa tendencia a culpar a los demás de las desgracias que nos ocurren por nuestra falta de carácter.
Todo eso acompañado por unas actuaciones admirables, en las que los actores lograron “perderse” en sus personajes, como veremos al final de la proyección, cuando nos muestren las entrevistas reales que el reparto imita. Y aunque los reflectores han estado puestos sobre Allison Janney, quien seguramente ganará el Óscar a mejor actriz secundaria por la perversa mamá que compone, deberíamos destacar todavía más a Margot Robbie, quien se consagra como una gran intérprete al conseguir darle muchas dimensiones a un personaje al que lo más fácil habría sido actuarlo sólo como “la bruta” manipulable. Cuando la veamos pidiendo cualquier castigo en lugar de dejar de patinar, entenderemos lo que había detrás de su pasión y sus ganas y su entrenamiento constante y todo eso que comparte con los modelos deportivos de las películas edificantes de los seminarios que dijimos. Ojalá Tonya también sea usada en ellos como advertencia e inspiración con sus propios mantras: no te dejes golpear. No pierdas las ganas. No te cases con un tonto. No te rodees de imbéciles.