Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6
“Películas de actor” debería ser un concepto tan popular como “cine de autor”, entendiendo esas cintas como aquellas que dependen del trabajo de un solo intérprete para que creamos en la historia que se nos presenta. Y debería ser tan respetado como el otro concepto, en el que se basan para su selección la mayoría de festivales de cine que existen, porque al final quien filma y firma ese tipo de películas es la actriz o el actor con su rostro. En esa cara se resuelve el argumento; de sus gestos dependen los puntos de giro de la trama; sus ojos son la verdadera iluminación de la escena.
Basta con que vean Hijos, de Gustav Möller —aunque siendo consecuente debería escribir Hijos, de Sidse Babett Knudsen— para que nos entendamos. Allí la actriz danesa que ganó reconocimiento global gracias a su interpretación de una política que llegaba al cargo de Primera Ministra por casualidad, en la serie Borgen, encarna a Eva, una guardia penitenciaria acostumbrada a tratar con amabilidad y soltura a los delincuentes que viven en el pabellón al que está asignada dentro de la cárcel, que un día decide pedir un traslado al bloque de máxima seguridad porque ha reconocido a uno de los nuevos convictos que han ubicado en él. Vigilando a prisioneros sobre los que todos piensan que no hay posibilidad de redención, las cosas son muy distintas: deberá cuidar sus pasos y su espalda, decidir cómo va a ejercer el poder que detenta y, en algún punto, intentar que sus acciones no volteen la situación en su contra.
Podría señalar muchas de las escenas de Hijos (alguna inspección física al prisionero que le interesa, una conversación con sus compañeros guardias en un gimnasio) para que ustedes comprueben que en realidad serían casi de una película para televisión —aunque hace mucho que decir película para televisión no implica una observación sobre la calidad técnica del material— si no fuera porque estamos ante una interpretación de primer nivel. Knudsen logra comprometernos con su punto de vista al punto de que buena parte de la película nos la pasamos creyendo ver en ella unas emociones muy distintas a las que en realidad siente su personaje, demostrando una vez más que las películas se completan en nuestras cabezas. Pero es gracias a esa ambigüedad inicial, que el cambio de carácter de Eva nos cuestiona tanto: ¿cómo actuaríamos si estuviéramos en sus zapatos? ¿Qué tan dispuestos a la piedad y el perdón estamos cuando tenemos el poder para castigar a los que nos ofendieron? ¿Seremos crueles con los crueles y justos sólo con los justos, que es otra forma, muy popular, de la injusticia y de la crueldad?
Las películas de actores tienen una ventaja sobre el cine de autor. Cuando funcionan, cuando actrices como Knudsen logran fabricar la máscara perfecta con la que nos conmueven, es más hondo su efecto en nuestro espíritu. Incluso cuando el guion y la dirección no logra estar a la altura de su intérprete. Porque sus rostros nos persiguen y se convierten en recuerdos que nos visitarán en el futuro.