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21 de julio de 2025
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No debe ser fácil que el primer recuerdo que tengas de tu papá sea en una manifestación, enfrentándose a hombres armados. Es lo que le pasa a Basel Adra, una de las cuatro personas acreditadas como realizadores de esta película, merecida ganadora este año del Óscar al Mejor Documental, que llega a las salas de cine colombianas en plena temporada de grandes lanzamientos comerciales, lo que me obliga a recordarles que es bastante probable que si no van a verla esta semana no puedan hacerlo la siguiente.

No debe ser fácil intentar estar a la altura del espíritu inquebrantable de su papá, al que veremos detenido y liberado durante la película. Pero Basel Adra puede estar tranquilo, porque él y sus tres compañeros en la realización de No other land, uno de Palestina, como él, y dos de Israel, han creado una cinta que no necesita explicaciones didácticas para conseguir una impresión muy honda en su auditorio y lograr que, más allá de las diferentes corrientes políticas que cada espectador siga, lo afecte el drama que nos muestran desplegando el amplio espectro de la crueldad humana: desde la violencia explícita que implica ver a un muchacho abaleado sin justificación que terminará paralizado del cuello para abajo, pasando por la displicencia caricaturesca del militar de gafas oscuras que ordena derribar casas que no son de él y casi sonriendo les pide a quienes le reclaman que le muestren el permiso de construcción, hasta llegar a la violencia silenciosa de destruir con maquinaria pesada el único parque infantil, diminuto, de un barrio.

No debe ser fácil para Yuval Abraham, el periodista de Israel que también es uno de los cuatro realizadores, oponerse a quienes creen que es un traidor a su país solamente porque cuestiona públicamente los procedimientos y las formas en que su gobierno trata a la población de Masafer Yatta, la zona en que ha vivido la familia de Basel por varias décadas. La amistad entre ellos, que nace de su capacidad común de mirar alrededor y hacerse las preguntas correctas, será puesta a prueba, cuestionada por ellos mismos en conversaciones tensas pero llenas de sentido. Sí, el conflicto en el que viven no fue provocado por ellos, pero los afecta. No van a poder solucionarlo, pero necesitan intentarlo. Hacerlo juntos es ya un mérito, porque cuando los vemos lado a lado, codo con codo, es inevitable pensar que no hay manera de distinguir quién es de qué país o a cuál bando de este conflicto pertenecen.

Es importante aclarar que Masafer Yatta es una zona al sur de Hebrón casi en dirección opuesta a la franja de Gaza, y que la columna narrativa de la película está conformada por imágenes registradas entre 2021 y 2023, con apenas referencias en un par de planos finales al atentado terrorista de octubre del 23 y sin conexión con las violentas represalias que hemos visto desde entonces. Sin embargo, todo lo que cuenta ayuda a entender las dificultades de un conflicto irresoluble. No es fácil escuchar a la mujer que aparece diciendo que no hay otra tierra adonde puedan ir sin que algo se quiebre en nuestro espíritu.

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