Con el nacionalismo pasa como con cualquier pasión. Cuando impulsa a la gente a actuar es un factor positivo, que sirve para que un país progrese. Pero cuando nubla nuestro pensamiento y se convierte en verdades que no admiten discusión, el nacionalismo es una tara, un lastre.
Toda esta introducción para explicar que a pesar de lo mucho que debe alegrarnos el hecho de que la película más taquillera del fin de semana que pasó haya sido un documental, de los merecidos reconocimientos que debemos hacerle al Grupo Éxito por financiar y apoyar la producción y la promoción de “Colombia magia salvaje” y de la inobjetable factura de las imágenes logradas por el equipo liderado por Mike Slee, deberíamos dejar de creer que la película es perfecta sólo porque emociona a gran parte del público. Si algo necesita un país que pretende crear una industria audiovisual potente es una visión crítica capaz de señalar las oportunidades de mejora en los proyectos realizados.
Habría que señalar en primer lugar, que no se puso el mismo cuidado a la hora de revisar la escritura del guión que de filmar las imágenes. Varios son sus defectos. Un exceso de adjetivos (“El indómito Océano Pacífico”, “es un privilegio asombroso observar al precioso títí”) puebla la narración, quitándole la sensación de mirada científica que beneficia a los documentales sobre la naturaleza. La introducción, planteada como una tira de avances de lo que veremos, inmediatamente convierte el documental en un producto televisivo más que cinematográfico. Muchas de las frases parece que hubieran sido traducidas del guión original, escrito en inglés, sin que alguien las revisara (el narrador dice “Un cazador tan notable” y pasa a otra cosa, mientras habla del tigre de río) y otras son lugares comunes (“a lo largo y ancho del país”, “en un abrir y cerrar de ojos”) que una corrección sensata habría eliminado.
El resultado de que varios músicos colombianos participaran en la banda sonora no es siempre satisfactorio. Un ejemplo: las notas del comienzo de “Cuando te veo” de Chocquibtown en la secuencia de la lagartija basilisco son mucho menos efectivas que los vientos que suenan cuando un pequeño oso de anteojos aprende a trepar. Tal vez habría sido mejor que un solo compositor le hubiera dado una identidad musical a toda la película, como normalmente se hace en el cine mundial. Además, la voz que narra, aunque bonita, carece de matices, como si nadie le hubiera dicho a Julio Sánchez Cristo que se valía ser sutil en el tono a veces, o humorístico en otras. Y aunque el documental cumple con señalar la destrucción de las maravillas que muestra, el exceso de tomas aéreas, sin primeros planos de las personas que las violentan, vuelve etérea la denuncia. Su misma belleza la banaliza.
“Colombia magia salvaje” es el valioso primer paso de Colombia en la producción de contenidos documentales de alcance global. Pero como saben muy bien las cadenas de supermercados, todo producto, por bueno que sea, puede ser mejor.