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Ortografía para todos

12 de mayo de 2022
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Gabriel A Betancur. Respetado señor: en la edición impresa de EL COLOMBIANO aparece un titular que dice “El Metro no puede arreglar solo los puntos críticos en el río”. En mi opinión, la redacción más lógica debiera decir “El Metro solo no puede arreglar los puntos críticos en el río”.

Gabriel, aquí tenemos un problema semántico. Es decir, hay dos interpretaciones. Una ambigüedad. Vamos a analizar cada caso. “El Metro no puede arreglar solo los puntos críticos en el río”. Significa que (1) el Metro no puede arreglar únicamente los puntos críticos del río, que tiene que arreglar otros problemas además de ese. Y significa, asimismo, (2) que no puede arreglar ese problema sin ayuda. “El Metro solo no puede arreglar los puntos críticos en el río” indica que (2) no puede hacerlo sin ayuda.

Casos como este se solucionaban otrora con la tilde sobre solo. Entonces, si la idea era la primera, pues tildábamos (para indicar únicamente). Si la idea era la segunda, no tildábamos. Y veo que la idea, al final, es la segunda. Y digo que veo porque no tengo el texto completo. Yo insisto, no obstante, en que esta tilde es innecesaria e ilógica. Además, recuerden que la norma académica actual solo la acepta en casos en los cuales haya una ambigüedad (esto se cumple en este caso) que no podamos solucionar alterando la redacción (esto no se cumple).

La tilde que le poníamos a solo es innecesaria porque el contexto siempre muestra el sentido y, en el peor y más extremo de los casos, bastará con ajustar un poco la redacción.

Lo pillé en Facebook

“Autorizan extradición de Nini Úsuga, hermana de ‘Otoniel’”.

Hay una vieja costumbre de los periodistas aquí. Hay muchas viejas costumbres de los periodistas a la hora de escribir. Esta vez hablo de la costumbre de ponerles comillas a los apodos (alias) y a los sobrenombres. Que no son lo mismo, por cierto, pero más abajo les explico para no divagar aquí.

Esas comillas son innecesarias: “... hermana de Otoniel”, listo. Las comillas son necesarias cuando el apodo queda ubicado entre el nombre y el apellido del personaje aludido: Ernesto “Che” Guevara. También podríamos usar cursiva: Ernesto Che Guevara. Aquí sí las necesitamos para que el lector no vaya a creer que es el segundo nombre y el primer apellido. Puede pasar.

Y la diferencia es esta: el sobrenombre siempre aparece con el nombre de pila. Tenemos Isabel la Católica, Felipe el Hermoso... Un delincuente de estos días usa apodo-alias, no un sobrenombre, como ven. Y, de remate, el artículo va en minúscula: “Atlético Nacional tiene un volante magnífico: el Riflecito Andrade”. Por cierto, el fútbol ha perdido tanto espectáculo que hasta esos apodos tan bacanos que ponían los comentaristas cayeron al hueco del desuso. Hoy tenemos a James Rodríguez o Falcao García, a veces apodado el Tigre, pero otrora teníamos al Bendito Fajardo, a la Flecha Gómez, a Antony el Pipa de Ávila, a Orlando “Pony” Maturana... Y al difunto Coloso de Buenaventura.

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