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Oh melancolía. “Sueños de trenes”, de Clint Bentley

hace 1 minuto
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  • Oh melancolía. “Sueños de trenes”, de Clint Bentley
  • Oh melancolía. “Sueños de trenes”, de Clint Bentley

Habría que ampliar el sistema de clasificación de las películas. Porque esas categorías de Apta para todo público, Recomendada para mayores de 7, o de 12, o de 15, y apta para mayores de 18, se quedan cortas ante una película como “Sueños de trenes”, de Clint Bentley, estrenada el viernes pasado en Netflix, que debería aconsejar al espectador tener más de 40 años para disfrutarla a plenitud. No parece que antes estemos muy preparados.

Puede que me engañe, pero no creo que un joven de 17 años acostumbrado a TikTok y sus formas narrativas, vaya a disfrutar de esta adaptación de una novela corta de Denis Johnson, que cuenta sin aspavientos la vida de un tímido leñador estadounidense de la primera mitad del siglo XX, que recorre su país siendo parte de las cuadrillas que talaban los bosques para abrirle paso a las vías del tren, mientras en casa lo esperan su esposa y su hija pequeña.

No es que no pase nada, como les gusta decir a muchos cuando una película no logra acompasarse con el ritmo de sus pensamientos. Por el contrario, igual que en una vida cualquiera, en la del protagonista de esta historia, Robert Grainier, pasan cosas a cada instante, sólo que son cosas en las que el cine gringo más popular no suele fijarse: una mujer le acaricia la barba a su marido, un hombre viejo canta una canción cuya letra inventó, dos personas que conversan se cuentan las penas que les agobian el alma hace tiempos, se comete una injusticia pero nadie, ni uno mismo, se atreve a reclamar para no ser la próxima víctima.

En la piel de un extraordinario Joel Edgerton, capaz de transmitir con su mirada esa melancolía que acaricia el corazón con su más delgado pétalo de hielo, de la que hablaba Silvio Rodríguez, Robert Grainier es todos los seres humanos que en el mundo han sido, todos los que hemos vivido lo suficiente para quedarnos alguna tarde dudando sobre el objetivo de nuestra existencia, o los que no sabemos cómo vivir después de perder a alguien a quien habíamos amado, o aquellos que simplemente estamos tan cansados de trabajar, que lo único que queremos cuando acaba la jornada es que nos abracen.

Y es también Grainier la encarnación de la Humanidad misma, que se mueve de un lado a otro con la ilusión de que modifica a la naturaleza con su labor, pero que en realidad está a merced de sus designios, sean estos una pesada rama que cae desde lo alto, un incendio devastador, o un cometa que brilla estático en la noche. Ver las imágenes que registra Adolpho Veloso con extrema belleza es recordar que cada quién carga con sus fantasmas, que el futuro siempre es un tren en llamas a punto de atropellarnos o un niño disfrazado de monstruo para asustarnos. Con menos digresiones metafísicas que “El árbol de la vida” de Terrence Malick, el guion de Greg Kwedar y de Clint Bentley, quien también dirige, transmite mejor una idea que trasciende a cualquier religión: cada vida vale tanto como la humanidad entera, del mismo modo en que cada árbol esconde en su tronco la posibilidad de un bosque.

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