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Lo difícil de convertirse en hombre... araña

08 de julio de 2017
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Cuando Stan Lee y Steve Ditko crearon a Spider-man en los años sesenta, estaban un poco cansados de que los superhéroes jóvenes siempre tenían el rol de “el ayudante” de otro héroe adulto que los cuidaba, a la manera de Robin en las historias de Batman. Por eso decidieron que Peter Parker fuera realmente un adolescente común, matoneado en el colegio por ser del grupo de los nerdos; uno que sufría por el acné y por invitar a salir a alguna chica. Los poderes que adquiría eran el sueño de todo muchacho: tener la capacidad de superar las inseguridades de un solo golpe y convertirse en hombre. Spider-man fuimos todos.

El mayor acierto de Spider-man: de regreso a casa, no es entonces, como dicen algunos, que gracias a un acuerdo entre estudios, Spider-man se incorpore por fin al mundo de los Avengers. Lo que hace a esta película tan recomendable, tan entretenida, es que sea la versión cinematográfica que más se acerque al espíritu original del personaje. Aquí no se pone el foco en el descubrimiento de sus poderes (los guionistas ni siquiera se preocuparon por contar de nuevo la secuencia de la araña que lo pica), ni se profundiza en su reflexión personal sobre la justicia. Lo importante es que Peter es un adolescente que no sabe muy bien cómo crecer (varias veces, en son de burla, se habla de los cambios de su cuerpo), que anhela ser popular pero no puede (¿cómo tantos de los espectadores de esta generación?) y que se obsesiona por dejar de ser un justiciero “de barrio”. Peter Parker quiere ser “grande”, pero no sabe cómo.

Por eso el subgénero apropiado para narrar esta historia era “la comedia de instituto”. Y como comedia funciona a la perfección, gracias a una suma de virtudes: un guion repleto de chistes verbales, una acertada composición de secuencias de humor físico (¿se habían preguntado qué pasaba con las telarañas cuando no había edificios?) que se aparecen de formas ingeniosas incluso en los momentos de acción y el ingrediente romántico que toda película clásica de adolescentes tenía. Hasta se hace un homenaje explícito a Ferris Bueller’s day off, la película de John Hughes sobre un muchacho que se metía en un embrollo por faltar a clase.

El nuevo Peter Parker, Tom Holland, luce más que bien en su personaje, pues sabe combinar la ligereza del adolescente torpe, que no controla muy bien sus movimientos y la simpatía del niño bien educado, que no quiere decepcionar a su tía. Además la química con sus compañeros de reparto es tan buena, que la película casi que no necesita las secuencias de “superhéroe” para ser divertida. Se defendería por sí sola, simplemente contando la amistad de Peter con Ned, su compañero en el bando de los impopulares, o describiendo su forma de correr para cumplir como héroe y cómo estudiante de clase media al mismo tiempo. Jon Watts, el director, demuestra que entendió que lo mejor de Spiderman es su imperfección. Que su mayor fortaleza es hacernos creer que Spider-man es el tipo de héroe que cualquiera de nosotros podría haber sido.

Editor Ochoymedio

Twitter: @Samuelescritor

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