Samuel Castro
Editor Ochoymedio.info
Miembro Online Film Critics Society
Twitter: @samuelescritor
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Pasamos fácil por la muerte en pantalla grande. Casi siempre es tan rápida (en las películas de acción o de guerra) o tan romántica (con sonido de violines al fondo y moribundos tan bien arreglados que parecen listos para salir de compras) o tan invisible (una mano se deja caer y luego vemos una lápida) que olvidamos lo que en realidad significa la mayoría de las veces: la molesta y rutinaria agonía, la triste falta de higiene, la violenta prueba de la fragilidad corporal.
Michel Franco construye su más reciente película, El último paciente (¡porque seguramente Chronic era muy complicado de entender para nuestro público!), con la intención explícita de que nos conmovamos, mientras nos revolvemos inquietos en nuestras sillas, frente al recordatorio explícito de lo que significa el camino hacia el fin.
Para hacerlo construye una historia alrededor de un personaje protagónico, David, un enfermero especializado en atender a pacientes que necesitan ayuda permanente para pasar sus últimos días. En una actuación que asombra, por su aparente simplicidad y que quienes hemos visto muchas veces a Tim Roth, sabemos completamente calculada, David se nos presenta como ese ángel a sueldo que está ahí para hacer más cómodos los peores días: para limpiar, bañar, vestir, ayudar a comer a sus pacientes e intentar que lo que queda de vida sea menos traumático.
Tal vez porque saben que van a morir, sus pacientes crean con David lazos fuertes, de afecto y amistad, que no necesariamente serán valorados por los parientes y las familias de los enfermos, desplazados de las vidas de sus seres queridos. Pero como podrían estar junto a ellos, parece gritarnos Franco, si no saben lo que es estar muriéndose. David en cambio, sí. Tal vez por eso le permiten demorarse un poco más de lo debido en los abrazos necesarios para moverse, ¿o es solo imaginación nuestra?
Franco, con un guión premiado como el mejor de Cannes en 2015, más por la forma de contar que por lo que cuenta, no va a permitir que tengamos una experiencia cómoda. Intencionalmente hace que los diálogos y las escenas en las que vemos a David solo, sean inquietantes, como si algo se nos ocultara y ese personaje tuviera un lado oscuro. Nos daremos cuenta de la forma en que la cercanía con la muerte ha afectado al enfermero y a su propia capacidad de relacionarse con los demás, pero de a poquitos, mientras vemos repetidos ciertos encuadres, ciertas situaciones, en las que solo cambia la habitación o el paciente, pero en el que la cámara estática, la ausencia de música y la edición austera, contribuyen a la desesperación.
¿Es que esto significa morirnos? Sí, nada más es eso. Dejar de ser. Depender de otros hasta para lo más insignificante.
Sin embargo, ese dedo que hurga en la misma llaga va cansando, porque uno descubre que hay un mensaje simple y poderoso, pero que no hay mucho más que decir. O sí, solo una cosa al final. Que más nos vale apreciar ese tiempo que nos da la vida para despedirnos. No tenerlo es todavía más cruel.