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La luz tibia de los fantasmas. Todos somos extraños, de Andrew Haigh

11 de marzo de 2024
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¿Qué son para un guionista sus personajes sino fantasmas, proyecciones de sus recuerdos, sus miedos o sus deseos, alimentadas con sus ideas? A Adam, sin embargo, sus personajes se niegan a visitarlo. No pasa del primer renglón del guion que está escribiendo, en el que intenta hablar sobre sus padres, a quienes perdió cuando tenía doce años. Lo vemos procrastinar, como hacemos todos los que escribimos cuando no hay inspiración: viendo televisión, recalentándose comidas poco recomendables, mirando al horizonte por la ventana de ese apartamento en piso alto en el que vive, en un edificio al que solamente parece haberse mudado otro inquilino.

Una alarma de incendios suena y entonces esa silueta que lo ve desde un ventanal se convierte en Harry, el vecino que le toca la puerta con un ofrecimiento que Adam rechaza cortésmente, aunque con remordimiento. Sin embargo, el deseo por él que ve en Harry, lo anima a actuar. Decide ir entonces a su barrio de infancia, y allí, luego de pasar a través de unos árboles, en una acción que conecta a “Todos somos extraños” con “Petite maman”, de Céline Sciamma, descubrirá que sus papás siguen viviendo en la vieja casa familiar, donde los puede visitar y conversar con ellos, sabiendo los tres que experimentan una situación excepcional que intentarán aprovechar para volver a comer sus platos favoritos, armar juntos la Navidad o recordar viejas anécdotas.

Andrew Haigh trastoca los géneros convirtiendo una historia de fantasmas, normalmente frías y amarradas al terror, en una historia intencionalmente cálida. Por eso los amaneceres y las puestas de sol, donde se destaca esa luz rojiza que baña el apartamento de Adam; por eso la calidez que se percibe en las escenas que comparte en su casa de infancia con sus papás, o el hecho de que tenga que quitarse la ropa mojada bajo la lluvia, para que su mamá la meta a la secadora. Y esa tibieza es también la que se desprende de sus charlas con ellos, donde se respira honestidad. Su mamá recibirá tan bien como puede la noticia de que es gay, se preocupará por “aquella enfermedad horrible” y al final le dirá que lo importante es que no esté solo y que cuide a Harry. Su papá recordará que nunca pudo pegarle bien a ningún balón y que sabía que sufría en silencio cuando niño. Porque Adam no idealiza a sus padres. Son, como los de cualquiera, los que le tocaron. Esos que incluso cuando son buenos y nos aman harán comentarios ofensivos sin darse cuenta, y nos herirán sin querer. Porque de eso se trata, parece decirnos Haigh. De que nos hayan amado.

“Pequeñas cosas que debí decir y hacer, para las que nunca tuve tiempo”. Entre muchas escenas hermosas de la película, la de la mamá de Adam cantándole “Always on my mind”, versión Pet shop boys es la más especial. Porque resume también un poco la relación de Adam con Harry, y porque es la idea que recorre la película: habría que conversar a todas horas con quienes amamos. Para que cuando sean fantasmas en nuestra memoria, seamos el lugar de sus apariciones.

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