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El silencio del gran saxofón

08 de diciembre de 2020
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La música callejera de la ciudad de Medellín está de luto. Hay silencio en las noches de aceras, esquinas y parques del centro de Medellín. Hay silencio en esos rincones musicales que convivían con los orines, la marihuana, la suciedad, el bullicio, el licor y la soledad de César Cervantes y su gran saxofón.

Por esas calles del centro de la ciudad y en el concurrido Parque del Periodista o el Parque de Boston se veía a un hombre bohemio, encorvado como las llaves de su saxofón, como si la vida le pesara. Un hombre que caminaba despacio, que hablaba poco pero que siempre tenía los ojos atentos a cualquier puerta de bar o restaurante abierta que le permitiera tocar.

Muchos lo vimos caminar en la madrugada clandestina en Medellín, con su frente arrugada por los años, con sus manos venosas por el peso de su instrumento, a veces con cabello largo crespo, otras veces calvo, y siempre, siempre, con el saxofón colgando hasta sus rodillas sujeto con un cordón negro que tenía el valor de su vida.

El jazz, la salsa, el blues, la música tropical o la música colombiana era la banda sonora que César compartía cada vez que agarraba el saxofón y con una bocanada visceral de vida, materializaba todo ese amor por un par de monedas o por un aguardiente doble.

En su vida siempre estuvo la música. Finalizando los años cincuenta, cuando solo era un niño, tuvo de cerca el ejemplo de su padre, Nicolás Cervantes, él trabajó hombro a hombro con Lucho Bermúdez, en su orquesta, en su etapa más gloriosa, fue su baterista y en ocasiones arreglista, el niño César siempre estuvo rodeado del ambiente musical.

Con el tiempo, empezó a ejecutar la música y se hizo grande entre los grandes, se formó en la Universidad de Antioquia, tuvo un paso maravilloso por las grabaciones con la Sinfónica del Quindío, integró la Banda Sinfónica de Boyacá, trabajó en Bogotá con muchas orquestas de música tropical de la casa Codiscos y Discos Fuentes y para finalizar su vida, no menos importante, luchaba a diario, días y noches enteras por hacer música en la calle y así tener dinero para dormir en un hotel y tomarse uno que otro aguardiente.

“César era uno de nuestros desconocidos favoritos de la vida”, así lo llama Gustavo Álvarez, uno de mis grandes amigos de la vida. Porque sí, eso era César, un desconocido al que aún luego de su muerte, admiramos, cuidamos y queremos. Su trabajo y su sombra deambulante por Medellín, nos ayuda a entender su labor vital para la vida del centro de Medellín y comprender el olvido al que está destinado el músico adulto mayor de nuestro país.

Hizo su vida a punta de pulmón, movió todas las llaves a su antojo y murió en su ley, tocando el saxofón hasta el último día. Así que, como las nubes a viento, un poema musical para César. Hasta pronto maestro, gracias por darle a Medellín tu sonido, y dejarnos la melancolía del silencio de tu saxofón.

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