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El embajador de la india Victoria y Abdul de Stephen Frears

18 de noviembre de 2017
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Hace 20 años Judi Dench consiguió su primera nominación al Óscar como mejor actriz, interpretando a la Reina Victoria, la monarca que gobernó el Imperio Británico por más de seis décadas, en Mrs. Brown, un drama romántico que presentaba la relación entre la reina y su criado, John Brown, humanizando al personaje histórico de una forma conmovedora. Dench retoma el papel que consolidó su carrera internacional -con un indudable interés comercial, lo cual es perfectamente válido- en Victoria y Abdul, una película con un carácter muy distinto, mucho más satírica que romántica en su apuesta visual y más convencional que osada en su desarrollo narrativo, tal vez por dos razones: porque el sarcástico Stephen Frears es quien está detrás de las cámaras, y porque vivimos unos insufribles tiempos de corrección política que hacen que los guiones basados en hechos históricos sean cada vez más colados por el cedazo de lo que es “aceptable” de ver para un público masivo. Basta señalar, por ejemplo, que ninguno de los protagonistas luce las medidas corporales que tuvieron en realidad.

Dench interpreta a una Victoria cansada de sí misma y de su reinado, que debe atender los deberes monarcales con resignación abotagada, y a quien lo único que parece despertarle el ánimo es la comida. Las primeras secuencias, antes de que los dos personajes se conozcan, son lo mejor de la película, pues Frears, con ese don que tiene para criticar y poner humor sin restar magnificencia a lo que presenta (recuerden The Queen y la menos apreciada de lo que debería Florence Foster Jenkins) se burla de una corte que es una hoguera de vanidades y adulaciones y donde hasta los lacayos y los príncipes compiten por la atención de la reina.

El tono de comedia es el que mejor le sienta a la película, que cuando se pasa al drama no logra momentos tan sensibles como en su primera mitad. Ali Fazal, quien interpreta al sirviente indio, nunca está al nivel actoral de Judi Dench, quien llena de matices nuevos a su viejo personaje, pero al menos le da a Abdul ese carácter doble que no nos permite saber, hasta el final, si nos encontramos ante un ingenuo fanático de la reina o un sagaz estafador.

El guion usa intencionalmente las referencias a John Brown para que comprendamos la soledad de una persona que supo ser la gobernante más poderosa del planeta mientras lidiaba con las ansias de su entorno para que descansara en paz (en la película su hijo es retratado como un insufrible tipo que deseaba que su madre muriera para poder ser rey, ¿les suena conocida la situación?), pero es demasiado ambiguo a la hora de definir la relación entre reina y súbdito y falla estrepitosamente en el retrato temporal: lo que aquí pareciera ocurrir en dos años, en realidad tardó quince.

Como ocurre con un mango en la película, a pesar de que la fruta que el guionista tenía al frente lucía deliciosa, dejó que se le pasara de punto y perdió el sabor que podría haber hecho de Victoria y Abdul un mejor banquete .

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