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Donde el barro se subleva. “Hojas de otoño”, de Aki Kaurismäki

04 de diciembre de 2023
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  • Imagen de la cinta Hojas de Otoño, ganadora del premio del Juradom en el Festival de Cannes 2023. FOTO Cortesía
    Imagen de la cinta Hojas de Otoño, ganadora del premio del Juradom en el Festival de Cannes 2023. FOTO Cortesía

Samuel Castro

Si miran algunos capítulos de “Karppi” o de “Sorjonen”, un par de series finlandesas que están disponibles en Netflix, comprobarán que Helsinski es una ciudad grande europea como cualquier otra y no esa especie de decorado teatral de la antigua Cortina de Hierro que nos presenta Aki Kaurismäki para representarla en su más reciente obra, “Hojas de otoño”, ganadora del Premio del Jurado en el Festival de Cannes de este año.

¿Por qué es importante saber esto? Porque si uno es un espectador desprevenido no se puede entrar al cine de Kaurismäki sin una advertencia. Así como “The dead don´t die”, la película que van a ver al cine en su primera cita los dos personajes principales de esta historia, Ansa y Holappa, no es una cinta de zombies sino una película de zombies de Jim Jarmusch, esta mezcla entre drama de corte social y comedia romántica no es simplemente eso, sino esa combinación de géneros presentada en el curioso y admirado estilo de su director, que se distingue por reemplazar el realismo por una puesta en escena casi teatral o incluso más conectada formalmente con el cine industrial que Holywood producía en los años treinta del siglo pasado.

Kaurismäki es un gusto adquirido y tal vez por eso, por esa constancia estética y temática de su filmografía (eso que llamamos estilo) en una carrera que ya pasó los 40 años, una película como “Hojas de otoño”, simple al extremo, pero precisa y efectiva en sus mecanismos narrativos, ha sido recibida con tanto alborozo. Tal vez sea mejor que antes de verla hagan un testeo mirando parte de la amplia muestra de su cine que la plataforma Mubi ha puesto a disposición de sus abonados en Latinoamérica. Si descubren que les gustan esos decorados artificiosos pero memorables, esos diálogos mínimos que esconden un humor negrísimo y desconcertante, y esos personajes taciturnos y melancólicos que pueblan las calles del mundo Kaurismäki, gozarán con Ansa, la empleada de supermercado que pierde su trabajo por intentar aprovechar la comida que no se vende al pasar la fecha de vencimiento, y con Holappa, el obrero de construcción alcohólico, capaz de enlagunarse en licor hasta quedarse dormido en una parada de autobús.

Ni Ansa ni Holappa son ya tan inocentes como para creer en el amor frenético de los adolescentes. Probablemente ese “Hojas de otoño” se refiera justamente a que ambos ya están en esa etapa de la vida en que vemos acercarse el invierno y empezamos a temer a la soledad. Y sin embargo el amor es la esperanza, a pesar de lo naíf que pueda sonar la idea. En medio de los constantes reportes de la guerra entre Ucrania y Rusia que oyen los personajes (una guerra que les importa, porque Finlandia sería el próximo objetivo de Putin) ambos descubren que el amor sigue valiendo la pena, y se esfuerzan por hallarlo. No importa si la vida es ese “arrabal amargo” que oímos en voz de Gardel en algún momento, en esta película que es toda ella un tango, una última curda, una rebeldía contra la sociedad de consumo motivada por la esperanza, en ese mundo Kaurismäki donde el barro se subleva.

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