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Arrastrar la vida: Memorias de un caracol, de Adam Elliot

24 de marzo de 2025
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  • Arrastrar la vida: Memorias de un caracol, de Adam Elliot
  • Arrastrar la vida: Memorias de un caracol, de Adam Elliot

Hay gente que anda por la vida como si la cargara. Y basta pasar algunas páginas del periódico donde usted lee este texto para comprobar que algo de razón tienen en su pesimismo quienes ven siempre el vaso medio vacío. Pero mientras algunos encuentran en los mundos fantásticos, divertidos y luminosos que pueden crear en el cine de animación una forma de escape, otros como el director y guionista Adam Elliot, escogen dicha técnica justamente para lo contrario: para pintarnos unas vidas tan tristes y oscuras, que si nos las mostraran con actores de carne y hueso o en un documental, tal vez no las aguantaríamos.

Cuando Grace Pudel hace un recuento de su existencia, hablándole a uno de los caracoles que ha criado desde que era una niña (lo que ya muestra el grado de soledad de la pobre mujer), el relato no podría ser más desesperanzador. No se ve con Gilbert, su hermano mellizo, desde hace años, porque los separaron cuando sus padres murieron. A ella le tocó un hogar de acogida compuesto por una pareja de swingers nudistas que creían en los libros de autoayuda como creen ahora los jóvenes en los influencers y tiktokeros. A su hermano, una corrupta familia de fanáticos religiosos, que lo explotaron desde chiquito con trabajos forzados, y que castigaron sus inclinaciones sexuales y desobediencias con fuegos eternos y otras crueldades.

Podría seguir describiéndoles algunos de los cuadros de miseria que pinta Elliot para nosotros, en los que encontraremos dedos amputados con las aspas de un ventilador, accidentes de tránsito con víctimas que terminan parapléjicas, alcohólicos redomados que lo pierden todo y hasta un tipejo con una obsesión por la obesidad de los demás que lo hace cometer varias fechorías. Queda claro en estas frases que Memorias de un caracol no es una película infantil; aunque si me preguntan, es la película que yo le pondría a un niño el día que le quiera contar a qué clase de mundo se va a enfrentar cuando crezca.

Y sin embargo, a pesar del pesimismo que transmite la narración de Grace (una fantástica Sarah Snook, fíjense si la escuchan en versión original), de la Australia opaca y grotesca que nos dibuja el realizador, de los personajes feos o tontos y de la sucesión casi infinita de desgracias, hay siempre un espacio reservado a la esperanza. Igual que ocurría en su largometraje anterior, Mary and Max, Adam Elliott cree en el valor infinito de la amistad. La amistad, parece decirnos, es la que nos salva.

Por eso el personaje más entrañable de Memorias de un caracol es Pinky, la amiga que consigue Grace en una biblioteca (¿habrá mejor lugar para encontrar a un amigo?), que ha vivido tantas vidas como es posible y que puede disfrazarse de piña sin perder su encanto. Será Pinky la que guíe con su incansable fortaleza a Grace hacia ese momento difícil: aceptar que la concha que nos hemos hecho no soporta todos los golpes y que necesitamos a los amigos para que nos ayuden a recoger los pedazos cuando ya no podamos más con el peso de esta vida.

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