En algún momento, después de que Tony y Georgio hagan el amor (la primera de las muchas veces que los veremos haciéndolo) ella le pregunta que si él es un imbécil, como su ex. Él le asegura que no, que no es un imbécil... sino el rey de los imbéciles. El título de la película en francés es “Mon roi”, es decir “Mi rey”, y no “Mi amor”, como aquí la tradujeron. En esa conversación casual está la clave de esta cinta: es cierto que él, como veremos, es el rey de los imbéciles, pero es SU rey, le pertenece a ella. Tony y Georgio se poseen el uno al otro, en una relación perjudicial para ambos, que veremos nacer, crecer y explotar decenas de veces, en una sucesión de flashbacks que se antojan gratuitos, sólo para la directora tuviera escenas disponibles de Tony haciendo terapia de recuperación física, entre los distintos saltos temporales de su memoria.
Maïwenn, la actriz y directora francesa, ha decidido contarnos esta reiterativa historia de amor, haciendo hincapié en un sentimiento que todos hemos percibido en algunas parejas que nos rodean: puede que sean al alma de la fiesta gracias a la química que nunca los abandona, pero son personas que se hacen tanto daño mutuo, que simplemente habría sido mejor si no se conocieran.
Por supuesto que no lo sabemos desde el comienzo. Primero, nos ilusionaremos en esos maravillosos meses del inicio del amor, que se ven todavía mejores gracias a las naturales, creíbles y estupendas actuaciones de los protagonistas, Vincent Cassel y Emmanuelle Bercot (ganadora con este papel del premio a la mejor actriz del Festival de Cannes el año pasado), que alentados a improvisar sus diálogos en la filmación por su directora, consiguen una sensación de espontaneidad muy escasa cuando se narra el romance en la pantalla grande, a la que contribuye además una fotografía preocupada porque todos los días en la cinta sean luminosos
Las buenas actuaciones, como las citadas, son importantes para una película, pero ni las mejores soportan un guión pobre, que muy rápidamente parece no tener nada más que decir, aparte de qué hay parejas que, aunque se amen, no deben estar juntas. Un mensaje que se repite y se repite, como una idea que intentara meternos un pájaro carpintero en la cabeza. “Mi amor” se queda dando vueltas sobre sí misma (pelea, reconciliación, episodio de locura de alguno, y así) hasta que perdemos el interés, recobrándolo casi al final de sus larguísimos 124 minutos, cuando los papás juegan con su hijo Simbad, en episodios que, de nuevo, se destacan por su sinceridad.
Tony es abogada y en algún momento, sustentando una tesis, pronuncia un “discurso” que es probablemente lo más bello de la película. Uno de sus apartes dice: “El amor no es nada cuando es nuevo, limpio y puro. El amor antes de la tormenta no es una decisión. Es un decreto”. Ni Tony ni Georgio están hechos para la vida real, precisamente porque no saben cómo superar sus problemas, cuando se presentan. Que para decirnos esto, Maïwenn haya tomado más de dos horas, hace pensar que faltaron tijeras en la sala de edición.