Un punto inicial para destacar es una tendencia a tomar decisiones importantes para la universidad de forma inconsulta. No estamos reclamando en ningún momento que sean los estudiantes y los profesores los que decidan, ya que hay organismos competentes para ello. Pero sí es bueno que esas decisiones, que son fundamentales para el claustro, sean tomadas, como en toda sociedad, después de un debate amplio, con un conocimiento amplio por parte de la comunidad, que se acepten las sugerencias, las críticas, los diferentes puntos de vista, y esto el rector no lo tiene.
Lo que comienza mal, termina mal. Ninguno de los objetivos se cumplió. Uno de los propósitos del cambio en el examen de admisión era mejorar la calidad y la vocación de los aspirantes al pregrado.
Los rendimientos de los aspirantes y admitidos fueron un poco peores, con enormes problemas vocacionales.
Hubo programas donde casi el 100 por ciento de los admitidos se presentaron por segunda opción, es decir, no era la primera preferencia de los aspirantes. Esta situación, se reflejó en la deserción precoz, que aumentó. Y con toda seguridad, el abandono, a mediano plazo, puede incrementarse, porque los universitarios estudian una carrera que no les gusta, es diferente al pregrado al que aspiraron.
