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Columnistas | PUBLICADO EL 05 noviembre 2022

“Ven, muerte, tan escondida”

Es natural que el ser humano se angustie al pensar que la muerte es un salto en el vacío. Pero no. La vida, vivir, sí es un diario y constante salto en el vacío. El morir, no.

Por Ernesto Ochoa Moreno - ochoaernesto18@gmail.com

El pasado 2 de noviembre estuve recordando la celebración del día de todos los fieles difuntos con el padre Nicanor Ochoa, mi tío. Teníamos la costumbre, con la sobrina Mariengracia, de oírle las tres misas de difuntos que él decía en su casita. No sé si todavía, pero “in illo tempore” los sacerdotes podían (o debían, no sé) celebrar tres misas en el Día de Difuntos.

Era una silenciosa y soledosa liturgia, las tres misas seguidas, una tras otra, con la sola presencia de él, como celebrante y ella y yo como única feligresía.

Después nos tomábamos un chocolatico “parviao” con buñuelos y ya con el tiempo a nuestra disposición charlábamos de todo, “de omni re scibili et quibusdam aliis” (de todo lo que se sepa y algo más, decía él en su añejo latín). Sí, hablábamos de todo: chismes de la familia, de política y, sobre todo, de los últimos muertos. El padre Nicanor nunca fue avaro para cantar responsos y rezar por las benditas ánimas del Purgatorio con el cuento de que para allá vamos todos. Y hablábamos de la muerte, claro. El tío cura vive con el cuento de que la muerte es una forma de ternura. Me lo ha dicho una y mil veces.

-¿Miedo? Sí, claro. Pero un miedo que hay que vaciar en esas manos tiernas, maternales, que nos van a recibir. Manos de un Dios-madre.

- Explíquese, tío.

- La muerte es una forma de ternura. Cuando una madre es tierna con su hijo, éste se abandona a ella y en ella. Lo mismo cuando brota la ternura entre los amantes. Se entregan, se abandonan el uno en el otro, se unen, se diluyen. Y es que la ternura es un dulce morir. García Lorca llamaba al acto amoroso la muerte chiquita. Para los sufíes la muerte es la última danza en que la criatura se diluye en el Absoluto.

-A mí no me gusta, tío, la palabra muerte. Prefiero sustantivar el infinitivo del verbo: el morir. La palabra muerte es demasiado contundente. Como un puntillazo. ¡Pum, se acabó! El morir, con el artículo, traduce mucho mejor la realidad de lo que es este camino y su llegada a la plenitud.

- Sí, muchacho. Tal vez tengas razón. El morir es eso: plenitud, completez, llenamiento. Cuando tú terminas de leer un libro, ese final es plenitud. Cuando uno camina y llega a la meta no se pone triste, sino que se alegra. Ha llegado. Hizo el viaje. Es natural que el ser humano se angustie al pensar que la muerte es un salto en el vacío. Pero no. La vida, vivir, sí es un diario y constante salto en el vacío. El morir, no. Porque lo que está al otro lado no es el vacío. Es Dios. O tal vez, si se quiere, un “Dios-Vacío”. No el Dios figurado o imaginado, no el Dios definido por las religiones y los teólogos, el que arrobó a los místicos. Más allá de los conceptos, más allá de las elaboraciones dogmáticas, más allá de nuestras esperanzas antropomórficas. Más allá de la vida. Más allá de la muerte. Tras el morir. Eso es el misterio.

Y el viejo cura, tan cercano ya al fin, remataba siempre esas celebraciones de difuntos con los versos de la copla española que inspiró a santa Teresa y a san Juan de la Cruz: “Ven, muerte tan escondida,/ que no te sienta venir/ porque el placer de morir/ no me vuelva a dar la vida.”

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