Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6
Prohibir el ingreso de una hinchada al partido más esperado del balompié antioqueño es una confesión de impotencia.
Por Daniel Carvalho Mejía - @davalho
Vivimos una versión más del clásico paisa con buen fútbol, juego limpio y buena asistencia en el Atanasio Girardot. Los rojos quedamos felices, por supuesto, pero cualquier hincha que valore el folclor del fútbol más allá del juego en la cancha ha de estar triste. Triste porque un clásico paisa, con un solo color en la tribuna, es un evento pálido. Triste, porque la esencia del clásico es la rivalidad, el cara a cara, la competencia entre vecinos que se materializa en cánticos, trapos y colores. Triste, porque en Medellín habíamos empezado a hacer del clásico una metáfora de la convivencia ciudadana, una celebración de la diferencia, un escenario de construcción de acuerdos, pero hoy parece que hubiéramos retrocedido una década.
Prohibir el ingreso de una hinchada al partido más esperado del balompié antioqueño es un testimonio de incapacidad, una confesión de impotencia; es el caso de un clásico fracaso en una ciudad que se había convertido en referente continental por abrir las puertas del estadio a los visitantes, disminuir drásticamente los indicadores de violencia asociada al fútbol y construir un relato colectivo de cultura del fútbol y barrismo social. La política pública de Cultura del fútbol, aprobada de forma unánime en el concejo de Medellín en 2017, nos permitió recopilar y potenciar iniciativas que llevaban varios años funcionando, idear nuevas estrategias para fomentar la convivencia y lograr acuerdos de corresponsabilidad y respeto entre los diferentes actores del espectáculo. Gracias a ella las instrumentales de ambas barras dieron conciertos juntos, se crearon becas artísticas, bazares de promoción de productos futboleros, talleres de formación en liderazgo responsable para cientos de líderes y lideresas emergentes y se consolidaron procesos artísticos y deportivos populares. Con la política pública se establecieron protocolos y rutas para la resolución de conflictos, sanciones proporcionales y responsabilidades a las instituciones y barras. Así volvimos a disfrutar de los clásicos con ambos colores y excelentes resultados, convirtiendo nuestro caso en una bella excepción en Colombia.
Estos procesos se marchitaron bajo la actual administración distrital. El diálogo perdió valor, el relato de la corresponsabilidad se diluyó y la violencia volvió a ser protagonista. La Alcaldía de Medellín abandonó la filosofía que inspiró la cultura del fútbol local y la redujo a una transacción politiquera; los resultados fueron pésimos y sólo quedó la idea de cerrarle las puertas a una parte de los hinchas. Ya habíamos visto una confesión de impotencia similar en el fallido ‘abrazo’ a la Plaza Botero que le valió al exalcalde Quintero un llamado de atención del propio maestro, así como las críticas de todo el sector cultural. A falta de convivencia, creamos muros. Cuando no valoramos al diferente, lo excluimos. Si renunciamos a dialogar nos quedamos a solas. Estas premisas simples, que pueden aplicarse en política, religión o fútbol, resumen la forma en que la actual administración de la ciudad se resignó en materia de convivencia ciudadana.
Medellín sigue siendo, por cifras, pasión y resultados, la ciudad más futbolera de Colombia, por eso requiere que el próximo alcalde cumpla con la implementación de la política pública que construimos con rigor y participación. El futuro concejo y las barras organizadas de la ciudad, por su parte, deben ser veedores permanentes de la recuperación de la cultura de fútbol paisa y garantes de que no nos volverán a robar los colores de la fiesta.