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Columnistas | PUBLICADO EL 04 marzo 2021

Transhumanismo, Extrañamiento y Serenidad

Por Luis Gonzalo Mejía Cañaslgm@une.net.co

El transhumanismo es una filosofía de moda y avanza a pasos agigantados, impulsada por los enormes capitales de los nuevos faros que alumbran la niebla, con su mayor representante, el Sr. Musk con su Neurolink –entre otros artilugios, que conecta redes neuronales del cerebro a dispositivos con inteligencia artificial–, y el señor Diamandis, con su “Universidad de la singularidad” y su “Mentalidad de la abundancia” obviamente para unos pocos elegidos. Con esto, el transhumanismo dejará atrás lo que hasta hoy conocemos como humano, pues caminan con Nietzsche y en coro pregonan: “El hombre debe ser superado”, y de qué manera: ¡vivirá eternamente!, esa es su promesa.

Los avances de la ciencia y los desarrollos tecnológicos tienen un lado bueno, especialmente en la medicina, en las comunicaciones, en los quehaceres diarios; pero el problema surge cuando esos avances abandonan al hombre y brincan sobre él, sin inmutarse. Hasta dónde se puede llegar, lo muestra claramente el gran “avance” de la ingeniería genética: la creación de pollos de cabeza pequeña, “disminuidos” en sus capacidades, sin mente y sin sensaciones, que solo comen, producen carne y ponen huevos, lo que es una completa tragedia.

Pero, ¿llegamos de repente a este estado de cosas? La respuesta es no y, para entender este rotundo no, debemos mencionar brevemente dos conceptos filosóficos y concluir de ellos: “Extrañamiento”, utilizado por Karl Marx, y “Serenidad”, acuñado por el filósofo Martín Heidegger.

En su libro “Marx y su concepto del hombre” (1962), Erich Fromm escribe acerca de ese “extrañamiento” que ocurre cuando el sujeto se separa del objeto: “La idolatría es siempre el culto de algo en lo que el hombre ha colocado sus propias facultades creadoras y a lo que después se somete, en vez de reconocerse a sí mismo en su acto creador”. Y añade: “Cuanto más transfiere el hombre sus propias facultades a los ídolos, más pobre y más dependiente se vuelve...”. Una premonición de la idolatría actual por el celular.

En 1955, Heidegger, en un discurso que llamó “Serenidad”, expresó su preocupación por la técnica: “... El desarrollo de la técnica se producirá cada vez más rápido y no se lo podrá detener en parte alguna. En todos los ámbitos de la existencia el hombre va siendo cercado, cada vez más estrechamente por las fuerzas de los aparatos técnicos... Uno incluso se admira de la audacia de la investigación científica, y no piensa en ello. No piensa en que aquí, con los medios de la técnica se está preparando un ataque a la vida y a la esencia del hombre...”, pero afirma: “Sería miope querer condenar el mundo técnico como obra del diablo”. “Podemos decir ‘sí’ al ineludible empleo de los objetos técnicos y podemos al mismo tiempo decirles ‘no’, en cuanto les impidamos que nos acaparen de modo exclusivo y así tuerzan, confundan y por último devasten nuestra esencia”. Y termina: “Quisiera denominar esta actitud de simultáneo ‘sí’ y ‘no’ referido al mundo técnico con una vieja palabra: la serenidad respecto de las cosas”. Su consejo es sí, pero sin que nos dominen. Pero nada se ha aprendido y ahora caminamos esclavizados y cabizbajos

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