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Delegamos demasiado en los demás el poder de cambiar lo que no nos gusta. Se nos ha vuelto costumbre señalar con el dedo y culpar a los demás; que el gobierno, que los empresarios, que los periodistas. A la larga, cada lamento es un acto de autovictimización. Al desconocer el poder que cada uno de nosotros tiene de influenciar y, por lo tanto, de cambiar, disminuimos el poder que tenemos como personas y como ciudadanos. Vivimos esperando que otros lleguen a salvarnos.
En estos días me hizo sonreír una declaración que J. Balvin dio a este periódico, a la víspera de su megaconcierto en Medellín. A través de las redes sociales, muchos venían pidiendo a este ícono internacional del reguetón una declaración de apoyo al paro, así como lo habían hecho otros artistas. Muchos estaban decepcionados por el silencio de J. Balvin. Finalmente, a quienes le reclamaban, J. Balvin contestó, “Estamos tan mal de dirigentes que los reguetoneros, que eran los que la gente odiaba, ahora somos la voz del pueblo para decidir qué va y qué no”. Estoy de acuerdo con el artista; pensar que la voz de una estrella por sí misma sea capaz de cambiar la realidad, es desconocer el poder para influenciar que cada uno de nosotros tiene. El riesgo es delegar a celebridades lo que nos toca a nosotros, creyendo que sus palabras tienen más poder que nuestras relaciones cotidianas. Nos olvidamos de que todos somos influenciadores.
De hecho, los estudios de las ciencias del comportamiento resaltan que el 70 % de las conversaciones sobre nuestras experiencias de vida y nuestras relaciones sociales son generadas por personas del común que no son consideradas influenciadores. Es decir, las personas que más tienen influencia sobre nuestros comportamientos son aquellas que emocionalmente son más cercanas a nosotros. Estudios de psicología y neurociencia destacan que nuestras relaciones diarias influencian casi cada aspecto de nuestra vida; lo que hacemos, a donde vamos, lo que pensamos, lo que elegimos, lo que consumimos. Además, nos comunicamos con las mismas 5 o 10 personas el 80 por ciento del tiempo. Hasta lo que publicamos en las redes sociales lo hacemos principalmente para fortalecer los lazos que tenemos con nuestros vínculos más fuertes.
No subestimo el poder que la palabra de una celebridad como J. Balvin tiene. Estoy convencido que las grandes marcas hoy tienen la responsabilidad de ser también marcas conscientes. Pero sus palabras serán eficaces solo si se insertan en una conversación más amplia y cotidiana, que todos tenemos que alimentar. Es decir, si se engancha con la conversación de multitudes que expresan su propia voz, sin delegarla a los demás. Quizás es lo que más rescato de la experiencia de quienes están marchando pacíficamente por las calles del país, generando una conversación sobre el presente y el futuro de una nación; la valentía de expresar una multitud de voces que incomodan. Nada más sano para una democracia, que el disentimiento. La ciudadanía no es un derecho que se delega; es una responsabilidad que se asume, porque cada voz cuenta e influencia. Pienso que tenemos que ser más conscientes de este poder y de la responsabilidad que tenemos.