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Columnistas | PUBLICADO EL 23 septiembre 2021

Stephen King

Por Diego Aristizábaldesdeelcuarto@gmail.com

Esta semana, el maestro moderno del terror cumplió años, apenas 74. Su obra ha sido tan extensa que, solo contando sus novelas de ficción, la suma me da exactamente 74, una por año de su existencia; aquí no entran las obras de no ficción, ni los guiones, ni otros experimentos que él ha hecho, específicamente, en ediciones digitales o con otros escritores.

El ciudadano de Maine ha dedicado su vida a escribir, con juicio, diez páginas al día, es decir, dos mil palabras. En tres meses son 180.000 palabras, que para un libro no está mal; así, palabra por palabra, King ha construido su imperio, un imperio que vende millones de libros, que tiene seguidores en todo el mundo, por sí mismo él es una industria, una humilde industria, porque el hombre sigue siendo él; de hecho, una amiga que vivió allá, en la misma ciudad, de vez en cuando se lo encontraba en algún restaurante, comiendo y charlando con su familia y amigos, como uno más. Él se creyó el cuento, no el de la fama, sino ese de dedicar la vida a escribir, y ya.

“Si quieres ser escritor, lo primero es hacer dos cosas: leer mucho y escribir mucho. No conozco ninguna manera de saltárselas. No he visto ningún atajo [...]. La verdadera importancia de leer es que genera confianza e intimidad con el proceso de escritura”, recomienda en su libro “Mientras escribo”, una obra sincera que disecciona la forma como se hizo escritor. Y no la tuvo fácil, solo les digo eso, porque a veces muchos creen que cuando un escritor es así se debe a un talento especial o porque sus páginas son de menor categoría, y no, lo que hay ahí es una disciplina excepcional, una convicción, una entrega desmedida a ser lo que se quiere ser, y hacerlo distinto, “el trabajo del narrador no es encontrar ideas, sino reconocerlas cuando aparecen”.

Con Stephen King me han pasado cosas curiosas. Una vez, en Guadalajara, iba en un taxi con un par de editores y al parecer hablamos tanto de libros que cuando llegamos al restaurante el taxista me dijo que me tenía algo que estaba esperando dárselo a alguien que lo valorara tanto o mejor que él. Se bajó, abrió el maletero, y al lado de la caja de herramientas estaba “It”. Yo lo recibí con cariño, le prometí que lo honraría leyéndolo. 1.138 páginas fueron iniciadas en el avión de regreso. Todavía lo conservo, el libro tiene las marcas del sol y el agua, los subrayados del taxista. Stephen King es para mí un escritor entrañable, por eso celebro sus mamotretos y su existencia 

Diego Aristizábal

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