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La soberbia de los políticos colombianos es indignante. Pasan las leyes por encima de la gente que ha salido masivamente a la calle por un mes y la aplastan y la ignoran y se hacen los sordos y votan al alba, escondiendo lo que debería ser público. Y luego se ríen por los pasillos del Congreso y la Casa de Nariño primero y ante las cámaras de televisión y los micrófonos de radio después y repiten el discurso manido y estúpido sobre lo que creen que es el bien común pero que es -ante los ojos de todos- el bien de unos pocos casi todos ricos.
Se creen inmunes. Tienen una larga historia de impunidad por sus desmanes y corruptelas y creen que ahora, a pesar de las pancartas y los cacerolazos, todo seguirá igual. Porque la marea ya bajó, piensan. Porque era una moda de protestas, fiebre latinoamericana, que en estas fronteras nunca florecerá. Entonces siguen los abusos y las mentiras descaradas y las declaraciones a todas luces disonantes que, creen, no les van a costar un solo voto. Menos un día de cárcel.
Ante los pedidos de la calle proponen dos cambios superficiales por acá y tres más por allá. Un par de días sin impuestos. Unas miserias para los jubilados. En medio de la burla ofrecen una docena de entrevistas vergonzosas con periodistas vergonzosos, publicistas de la primera línea del poder, que no se sonrojan por sus patéticos cuestionarios. Y ya está. Eso es todo. Que siga el engranaje que, aceitado, mueve a Colombia desde siempre con esa brecha de desigualdad indignante que no tiene paralelo en el continente.
Pero subestiman lo que pasó. Lo que aún pasa. Corean como mantra que la mayoría inconforme es una minoría manipulada. A pesar de las evidencias, de los síntomas alarmantes, de las verdades irrefutables. Y no entienden, o no quieren entender, que estás son otras épocas. Que las críticas ya no se pueden acallar como antes -o no en iguales dimensiones- y que ahora los caminos de la información se bifurcan de formas impensadas.
Porque puede que ahora los logros del grito de cambio parezcan menores. O, incluso, inexistentes. Pero el mayor de los triunfos ha sido consolidar un ánimo diferente. Una consciencia juvenil en efervescencia. En unos años este oficialismo que avanza con los mismos viejos métodos tendrá que reconocer, cuando Colombia vuelva a las urnas, que el fin de 2019 fue un momento bisagra que no supo leer.