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Columnistas | PUBLICADO EL 18 septiembre 2022

Sobrevivir a las mudanzas

Mi memoria es gráfica. Veo el libro doblado y la palabra filantropía, veo la página del cuaderno con un dibujo de Voltaire, sé que la frase de Kundera estaba escrita a la izquierda arriba.

Cuando leí el domingo que Javier Marías había muerto, quise publicar un tweet contando que lo estudié cuando estaba en 11.º como parte del trabajo final de Español. Quise hablar de mí en vez de hablar de su muerte y sus palabras (todos somos egocéntricos en privado). Escribí alguna versión del tweet en mi cabeza y después desistí, pero me quedé pensando en Javier Marías mientras hacía el desayuno y mientras caminaba por la ciclovía. Quería entender por qué mi cerebro había decidido recordar ese trabajo escrito hace 22 años y por qué, no de forma metafórica, sino real, tengo aún guardadas las hojas que escribí de él junto a otras de dos libros de Fernando González.

¿Qué guardamos de lo leído, lo aprendido, lo vivido? ¿Qué sobrevive a las mudanzas?

El domingo por la tarde nos quedamos en casa. Mis hijos estaban en el sofá de en frente de la biblioteca jugando Zelda y Duolingo y yo escribía desde el otro sofá. Seguí pensando en Marías intermitentemente. Me obligué a recordar momentos memorables de la misma época. Me acordé de estudiar la Revolución francesa, Voltaire, en 8.º. De cuando aprendí la palabra filantropía, estaba escrita en una novela y le pregunté a Angelique qué era. También de la primera línea que tenía que decir en una obra de teatro que hicimos en 9.º. Me acordé de cuando leí en un libro que habían problemas medioambientales importantes: la lluvia ácida, un hueco en la capa de ozono y el efecto invernadero —aún no se hablaba de crisis climática—. De leer la última frase de La insoportable levedad del ser unas semanas antes de graduarme y pensar que resumía mi existencia (todos somos muy cursis en privado): “Esa tristeza significaba: hemos llegado a la última estación. Esa felicidad significaba: estamos juntos. La tristeza era la forma y la felicidad, el contenido. La felicidad llenaba el espacio de la tristeza”.

Mi memoria es gráfica. Veo el libro doblado y la palabra filantropía, veo la página del cuaderno con un dibujo de Voltaire, veo la línea del guion impreso de la obra, sé que la frase de Kundera estaba escrita a la izquierda arriba. Mi memoria es espacial. Estoy sentada en la tercera fila del salón del final del corredor con el bosque atrás, leo en el sótano, le pregunto a Angelique, que está parada en el marco de la puerta, estoy en el auditorio, en la cancha. También tiene algo sensorial: de clima, de textura de la falda de mi colegio, de humedad de las paredes, de ligereza corporal.

El domingo en que murió Javier Marías fue un día de verano en Medellín. Había Fiesta del libro, el cielo estaba azul intenso y en mi apartamento entraba una brisa precisa. Por la tarde decidimos no hacer nada cultural ni al aire libre. Quisimos encerrarnos en un día bonito y solo estar. Y ahora, por escribir esta columna, seguramente esa tarde común sobrevivirá a mis mudanzas 

Juliana Restrepo Cadavid

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