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Por Sergio Molina - opinion@elcolombiano.com.co

“Una firmita”

Que firmar también trascienda la vergüenza de decir que ya tenemos compromiso o que las propuestas de “ese o esa”, no alcanzan a convencer.

hace 16 horas
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  • “Una firmita”

Por Sergio Molina - opinion@elcolombiano.com.co

Un vecino andaba con fervor y planilla en mano, recogiendo firmas para una postulación presidencial. Más saludador que nunca, me tanteó sobre la situación del país. Respondiéndole sobre el desastroso gobierno, anunció mesiánicamente que tenía el preciso, el personaje, el que era y desenfundó la hoja blanca para que se la firmara. ¡Qué habilidad!, por poco y saca la bandera de Colombia. Me hizo pensar que la responsabilidad política va más allá de salir a votar y que andamos por ahí dadivosos repartiendo firmas con el argumento de que “una firma no se le niega a nadie”. Esa caridad y simpatía nos hace cándidos e irresponsables con el empadronador que cree que su candidato, también es mi preferido, saturando el escenario con aspirantes simultáneamente endosados.

El postulado Aristotélico, según el cual el hombre es un animal político, plantea nuestra relación incuestionable con el estado y la sociedad. Sin embargo, la premisa filosófica de la autonomía, “auto” (uno mismo) y “nomos” (ley), “darse a sí mismo la ley”, implica el uso, pleno y consciente, de la razón, desestimado que la firma se eche indiscriminadamente. Eche memoria antes de echar la firma: ¿Cuáles han sido las posturas del candidato o candidata?, ¿en qué rollos ha estado? Firmar es asunto de responsabilidad, propia y ajena, implica al candidato y a la sociedad a la que le manifiesto que me gusta esa opción más que otras que puedan ser llamativas. Que firmar exija los cinco sentidos, como cuando estamos en una notaría; un acto libre, espontáneo y cuidadoso. Que firmar también trascienda la vergüenza de decir que ya tenemos compromiso o que las propuestas de “ese o esa”, no alcanzan a convencer. El acto sagrado de elegir se ejerce desde que saludamos al candidato, le recibimos el volante y le firmamos. La firma forzada no queda bonita, es temblorosa y quizás la rechacen en la registraduría, así debiera ser. Decir, “yo no le firmo”, es una posición ojalá discernida, distinta a la queridura deliberada e irresponsable de decir, “donde le firmo”, popular por estos días en plazoletas y semáforos. Rousseau concebía la democracia como un gobierno directo del pueblo, basado en el «contrato social» y la «voluntad general», donde los ciudadanos participan activamente en la toma de decisiones. Contrato y voluntad deben ser ejercidos en favor de un merecedor, solo uno de la competencia, un asunto serio. En consecuencia, planillas y consultas interpartidistas deben conllevar que voten y firmen los verdaderamente involucrados en las respectivas causas.

¿Algo más detestable que un activista rogando por nuestra firma pese a que ya rubricamos por otra opción? No peleemos por política, pero no nos pasemos de políticamente correctos haciendo lo que nos deja duda. Si no le gusta del todo ese o esa, con mucha educación, no firme. Ahí comienza la democracia. Con suma delicadeza por mi vecino, intenté que no lo tomara como algo personal y procedí a manifestarle con amplia sonrisa, cabeza inclinada y voz a medio tono: “¡con mi firma no!”

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