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En los momentos difíciles es cuando sabes qué personas se quedarán ayudándote con los remiendos, las demás se irán, simplemente, porque es lo más fácil.
Por Sara Jaramillo - @sarimillo
Mi abuela solía decir que cuando uno ve una araña es porque va a recibir un regalo. En un mundo donde la gente suele matarlas, ella me enseñó a relacionarlas con algo positivo. Una araña puede picarte o puede otorgarte la ilusión de un regalo, todo depende de la historia que te cuenten. Siempre he dicho que la mayoría de los miedos son heredados, que bastó un solo ratón asustando a una sola persona hace miles de años y henos aquí a todos subiéndonos a las sillas. Con seguridad ha habido más accidentes por caídas que por ataque de ratones y más regalos recibidos que picaduras de arañas.
La abuela y yo admirábamos las redes, la laboriosidad con la que son tejidas usando uno de los materiales más resistentes de la naturaleza. Una telaraña contiene todo lo necesario, desde refugio hasta alimento, pasando por acústica para detectar las presas; es una suerte de pequeño mundo: geométrico, perfecto, con límites definidos. De la abuela también aprendí que uno puede relacionarse con muchas personas, pero son pocas las que merecen estar dentro de tu red y aquellas que lo hagan deben estar dispuestas a tejer su parte, lo cual no es más que otra forma de decir que, en los momentos difíciles, es cuando sabes qué personas se quedarán ayudándote con los remiendos, las demás se irán, simplemente, porque es lo más fácil. La gente que compone tu vida también obedece a la ley de selección natural. No insistas en retener a nadie.
Sobre la importancia de tener redes habló Marina Keegan en su discurso de graduación, el cual, junto con otros de sus textos, terminaría convertido en un libro llamado Lo opuesto de la soledad. Dijo: “No tenemos una palabra para la opuesto a la soledad pero si la tuviéramos diría que eso es lo que quiero en la vida(...) no es exactamente amor y no es exactamente comunidad, es la sensación de que hay un montón de gente que está junta en todo esto, que está en tu equipo cuando la cuenta está pagada y nos quedamos en la mesa, cuando son las cuatro de la mañana y nadie se va a la cama, aquella noche con la guitarra, aquella que no logramos recordar (...) esto me asusta: perder la red a la que pertenezco”. Cinco días después de pronunciar este discurso Marina Keegan murió en un accidente automovilístico. Tenía 22 años, una carrera promisoria como escritora y una red repleta de gente que no consiguió salvarla.
Yo creo que el miedo a la soledad se hereda, igual que el miedo a los ratones y las arañas. También creo que el gusto por la soledad es una herencia valiosa, sólo que muy pocos sabemos apreciarla. En mi caso la busco y la defiendo con fiereza pues sé que cuando estoy físicamente sola nunca estoy sola. Tendré pocas personas en mi red, pero de algo estoy segura: a todas puedo llamarlas sin importar la hora. Hay personas que son regalos y, en mi caso, estoy segura de que se los debo a las arañas y, sobre todo, a la abuela que me enseñó a apreciarlas.