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Oídos sordos

hace 18 horas
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Por Lewis Acuña - www.lewisacuña.com

Los únicos que no veían con angustia su relación, eran aquellos a los que poco le importaba su futuro. Lo típico. Un noviazgo demasiado tóxico que se mantenía en pie solo por los recuerdos y el miedo. Ese tipo de amor que empieza en la primera juventud y un puñado de años después ya se le llama “de toda la vida”.

Él todavía quería creer que eran el uno para el otro y por eso valía la pena aguantar el fastidio y el desdén. Se hacía el de los oídos sordos. El corazón muy pocas veces es racional. Hasta que se seca. Y así pasó. Hecho el duelo, porque aseguran que la mujer lo hace mientras transita el camino hacia el último adiós -aún en la relación-, ella una noche la terminó. Un acto de honestidad.

Como lo fue el decirle que al llegar al apartamento ella ya no estaría, que solo tomaría sus cosas y se llevaba el carro para trastearlas a la casa de su hermano. Las llaves las dejaría en la portería de ese edificio. El carro, enfrente. No había parqueadero de visitantes y ella ya no quería escucharlo. Él iría al otro día a recogerlo, obvio no tenía muchas ganas de hacerlo de inmediato.
Al llegar, se enteró. El Tránsito se lo había llevado. A buscarlo a los patios. Qué pesadilla. Toda la tarde en eso. Hechos trámites y pagos, solo faltaba esperar que terminaran el procedimiento de entrega a una joven con grave deficiencia auditiva y desesperada que agitaba sus manos como gritando en lenguaje de señas, pero a la que también le escuchaba decir que no ya no tenía más, que no era justo. Las lágrimas hacían aún más difíciles sus intentos por leer los labios del agente, cuyos alaridos eran un intento porque ella oyera que ya por la hora tenía que pagar otro día de patios y punto, que no le importaba que se hubiera demorado solo 45 minutos más.

Él lo que quería era coger su carro e irse, pero con esa demora, pasó de ser el último de la tarde, al primero del día siguiente. Ya nada que hacer. A la muchacha solo le faltaban como unos treinta mil para completar el pago y se los ofreció sin que se los pidiera. Más que por ayudarla, para callarle la boca al agente. Fue así. Le dio la plata y salió a buscar bus.

Iba caminando, embobado, con su cabeza tratando de asimilar lo que vendría -porque costumbre es costumbre-. No sabía con quién hablar, que lo escuchara sin sermones ni discursos. Un carro se detiene a su lado y pita. La ventana baja. Ahora la puede ver haciéndole señas de llevarlo. -Lo sacaste al fin- le habla instintivamente. Ella afirma con la cabeza. Él se extraña. -Pensé que eras sorda- Ella menea su cabeza mientras señala sus audífonos que son prótesis auditivas, pero que estaban en la guantera cuando se lo remolcaron. -En realidad soy bastante buena escuchando- le respondió. Entiendo que ya llevan como doce años de casados.

La vida tiene formas curiosas de imponer su orden. No siempre conseguir lo que quieres es lo mejor que puede pasarte. A veces lo que más duele no es una tragedia, sino un giro que te empuja hacia algo que todavía no imaginas. Ten coraje y fe para aceptar que no es necesario que todo salga como planeaste para que todo valga la pena, para que algo hermoso te ocurra.

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