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Repensarnos desde la periferia

hace 13 horas
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Por Aldo Civico - @acivico

Para encontrar un futuro nuevo hay que ir a la periferia, escribió el Papa Francisco en su libro, Soñemos Juntos.

Ha sido una invitación constante de Jorge Bergoglio, a lo largo de su ministerio; salirnos del centro cómodo e irnos a la periferia - que no solo es un espacio de marginalidad, exclusión y sufrimiento, sino también de posibilidad, creatividad e innovación. El mundo, en muchos sentidos, es hoy un desastre: desigualdad, apatía, una cultura que desecha personas como basura. Papa Francisco hablaba de la globalización de la indiferencia. Por ende la periferia es un llamado a pelear. Quizás por eso siempre ha tenido un fascino para mí.

Nací en una grieta, la frontera entre Italia y Austria, padre italiano, madre austríaca, un chico atrapado en el limbo de un mundo monocultural. Crecí en los intersticios, nunca encajé en el molde. A los 22, llegué a Palermo, el rincón rudo de Italia, arrancándose el yugo mafioso hacia algo libre. De día, trabajaba con Leoluca Orlando, un luchador por el cambio. De noche, iba a los barrios al borde, escuchando a chicos que fueron peones de la mafia. Sus historias—dolor, rebeldía, sueños—no eran cuentos; eran cicatrices de la vida. Descubrí que la periferia no solo es marginalización, sino posibilidad.

Medellín me marcó. No me quedé en la burbuja pulida de El Poblado. Durante años caminé y escuché las historias de quienes vivían en Moravia, la Nororiental, Vallejuelo, zonas vivas de herida y promesa. Conocí víctimas de la violencia, jóvenes que cayeron en grupos armados, masticados por el sistema. Pero, descubrí también que la periferia no solo sangra; crea. Vi arte que gritaba, emprendimientos pequeños que arañaban esperanza, comunidades tejiendo vida de sobras. Los márgenes no solo aguantan: innovan, desafían, renacen.

Otto Scharmer, el de la Teoría U, lo resalta. Dice que la periferia es donde los sistemas se quiebran, donde el futuro asoma. En Medellín lo viví: proyectos nacidos al borde reescribían las reglas que el centro no toca. Scharmer nos empuja a mirar desde el margen, y no es teoría vacía, es un mapa para los que quieren parir algo nuevo.

Hoy, hay que irnos a la periferia y desde allá repensar nuestra existencia, nuestros modelos de negocio, nuestra política. No solo irnos a los barrios pobres o fronteras. Hablo de los bordes de nuestra experiencia, saberes, dónde ideas menospreciadas—sabidurías y visiones externas y alternativas—tienen las llaves. Hablo de las fronteras del alma, como vio Milton H. Erickson, que usaba el inconsciente, ese recurso infinito, para sanar. Ese es el camino: abrirse, no encerrarse. El “centro” es una trampa—cómodo, arrogante, muerto. La “periferia” es viva, arriesgada, real. Hablo de un lugar existencial, no solo geográfico La periferia es nuestro campo de entrenamiento, donde se forjan el coraje y la inventiva. Hay que dejar el confort del centro. Correr al borde con voluntad, mente y corazón. Ahí, en el lodo y la música, el dolor y la posibilidad, no solo hallaremos al otro: nos encontraremos a nosotros mismos rehechos, listos para cambiar el juego, nuestro juego.

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