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Columnistas | PUBLICADO EL 05 febrero 2022

Quién pone el rasero

Por ANA FUENTES

Dice la jurista Samantha Besson que el Derecho Internacional ya es más un lugar de confrontación que de concertación; entre otras cosas, por el pulso entre Estados Unidos y China. Para concertar ayudaría que tuviéramos estándares comunes. Por ejemplo, para regular internet o combatir el cambio climático. Pero los criterios actuales son dispares y están desfasados. O se hicieron a medida de Washington después de la Segunda Guerra Mundial o directamente en áreas como la inteligencia artificial no existen.

Es el momento de fijar protocolos. Puede sonar aburrido, pero es de lo más estratégico que hay. Por eso la Unión Europea acaba de presentar su propuesta, que se centra en los derechos digitales y la transición ecológica. La idea es que las empresas y los Estados europeos no tengan que someterse al rasero que venga de Estados Unidos o de China, ya que sus formas de entender el mundo no siempre encajan con la europea. Bruselas no nombra a Pekín, pero es obvio que se refiere al país asiático cuando dice que este tema es clave para la autonomía estratégica porque “terceros países están asumiendo una posición cada vez más asertiva”.

China lleva años esforzándose por establecer sus criterios en los foros internacionales, pero hasta hace poco no podía permitírselo. Hoy sí. Reconoce que en lo económico el libre comercio la ha beneficiado, pero en lo político pide instituciones y normas nuevas que la favorezcan. Por eso en Naciones Unidas se alía con Rusia para defender la cibersoberanía, un derecho que justifica que los Estados puedan controlar lo que sucede en un territorio. Se niega a hablar de derechos humanos porque dice que deben primar los sociales. Y presiona para incorporar términos en las resoluciones de la ONU como “construir el futuro compartido de la humanidad”, que en realidad quiere decir apoyarse en el autoritarismo sobre ciudadanos y empresas para generar progreso, frente al modelo occidental basado en la libertad para generar progreso. En la Nueva Ruta de la Seda tiene una plataforma inmensa que le sirve para vender su modelo alternativo. Pensemos que hasta ahora solo las democracias occidentales habían traído progreso para los ciudadanos. Hoy es posible ser autoritario y próspero.

Bruselas tiene una oportunidad inmensa de aportar sus estándares y que sean de transparencia y responsabilidad de los Estados. Debería moverse rápido. Para 2035, Pekín se ha propuesto ser líder mundial en muchas industrias tecnológicas y fijar las reglas internacionales en campos como el 5G y la inteligencia artificial. Lo tienen clarísimo. Hace unos meses, el ministro de Exteriores, Wang Yi, les espetó a los representantes del Consejo de Relaciones Exteriores de EE. UU: “La democracia no es Coca-Cola y no puede tener el mismo sabor en todo el mundo. Si solo hay un modelo y una civilización en la Tierra, el mundo perderá su vitalidad” 

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