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“En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, decimos los católicos cuando nos damos la bendición. Invocamos así a las tres personas de la Trinidad que comprenden un solo Dios. Sin embargo, esa tercera persona es, muchas veces la más olvidada.
Quiero dedicar esta columna al Espíritu Santo porque este domingo la Iglesia celebra la solemnidad de Pentecostés, que ocurre 50 días después de la Pascua y en la que conmemoramos la venida del Espíritu Santo sobre María y los apóstoles.
Escuché una vez a alguien decir que el Espíritu Santo era un invento de la Iglesia, pero a ese alguien le faltaba un poco de cultura bíblica. “Cuando venga el Espíritu de la verdad los guiará hasta la verdad completa pues no hablará por su cuenta sino que hablará lo que oiga y les explicará lo que ha de venir”, les dijo Jesús a sus discípulos (Jn. 15, 13). Este es uno de los tantos pasajes que en la Biblia se refieren al Espíritu Santo. Sobre el tema quiero citar a monseñor José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, España quien en su libro “Dios te quiere feliz” (publicado el pasado mes de febrero por Ediciones Palabra) dedica un capítulo al Espíritu Santo.
A veces vienen a nuestra mente “de la nada” pensamientos, ideas o recuerdos y que hacen que nos preguntemos: “¿por qué estoy pensando esto?” ¡Por Él quien todo el tiempo nos está asistiendo e inspirando! “Hay que ser perseverante en la disposición para remar sin cansarse, pero también hay que disponerse para que el Espíritu mueva nuestra barca, pues de hecho lo hace si somos dóciles y no ponernos obstáculos”, dice el obispo Munilla.
Así, explica de manera sencilla lo que significan los siete dones que Él nos trae: “¿Cómo es posible que ahora lo haya entendido y que antes me hubiese pasado desapercibido?”, se pregunta el Obispo. “Esto ha ocurrido, entre otras cosas, porque has recibido el don del entendimiento, que te ha revelado lo que antes no eras capaz de comprender solo por la razón”, afirma. Del don de la sabiduría, dice, “nos permite saborear las cosas buenas (las de Dios) y encontrar gusto en ellas” pues a veces nosotros “no tenemos un paladar bien educado”. Mientras que el don de la ciencia “nos permite ver las huellas dactilares de Dios en la creación”. Con el don del consejo podemos guiar y ser guiados por los demás para poder discernir “cuál es el motivo que me lleva a tomar esta decisión”. El don de la piedad, por su parte, “permite vivir plenamente el afecto hacia la paternidad de Dios y vivir la filiación divina de forma plena”. Quien ejerce el don de la fortaleza no quiere decir que sea un agresivo, sino alguien que tenga “la capacidad de aguante, sin desesperarse ante las adversidades”. Mientras que el don del temor de Dios es, según el Obispo, es el que tiene más “mala prensa” dentro de los siete, pero este nos da “sentido de trascendencia” para ser conscientes “del amor de Dios y lo que supone de Él, el Dios altísimo que se ha abajado por nosotros”.
El Espíritu Santo no viene como un hada madrina con su varita mágica a cambiar nuestra realidad o a darnos superpoderes. Él viene donde hay una disposición de corazón, como ocurrió cuando vino sobre María y los Apóstoles tal y como lo describe el libro de los Hechos de los Apóstoles y lo cual inspiró a que se iniciara el cristianismo y que perdurara, pese a todas las tribulaciones, más de 2 mil años después.