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El nombre de la excatedral de Santa Sofía, que esta semana se vuelve a abrir como mezquita, no hace honor a ninguna santa. Está dedicada a Dios como sabiduría (Sofía en griego).
El pasado 10 de julio conocimos la decisión del Consejo de Estado de Turquía de que, tras ser un museo en los últimos 85 años, esta monumental construcción pasa de nuevo a ser una mezquita, como lo fue entre los años 1453 y 1931.
La catedral de Santa Sofía fue inaugurada por Justiniano en el año 537. Fue el templo más rico y significativo de la cristiandad (luego pasó a serlo la Basílica de San Pedro en Roma).
La historia de Santa Sofía ha estado llena de disputas religiosas, saqueos, y terremotos. Durante 932 años fue una iglesia cristiana, la mayoría del tiempo catedral ortodoxa bizantina y por 57 años (1204 – 1261) fue una catedral católica de rito latino. En 1453 fue convertida a mezquita tras la invasión de los otomanos a Constantinopla. Muchos mosaicos – grandes joyas del arte– fueron cubiertos con yeso y a la construcción se le sumaron elementos típicos de la arquitectura islámica como los minaretes y el mihrab de mármol.
Pero en 1931 y tras la Primera Guerra Mundial el entonces presidente de Turquía Mustafá Kemal Ataturk decidió, en respeto por los cristianos que vivían allí, convertir esta mezquita en un museo y reabrirla en 1935 para que los visitantes -sin importar su credo- se admiren con la majestuosidad de este edificio y con las obras de arte y la larga historia que allí alberga.
En una ciudad como Estambul, que tiene 3 mil mezquitas (es decir, una por cada cinco mil habitantes) Santa Sofía pasa, de ser un centro mundial de cultura y encuentro, a ser una mezquita más. Por ello el teólogo musulmán Cemil Kiliç criticó esta decisión diciendo que: “va contra los mandamientos coránicos (...) El profeta Mahoma nunca convirtió una casa de oración judía o cristiana en una mezquita”. Sus declaraciones, citadas por el portal Religión en Libertad, recibieron irrespetuosas críticas de parte de fundamentalistas, lo que da a entender que esta decisión puede afectar las relaciones entre diversos credos, como señala la declaración del El Centro de Diálogo Interreligioso Rey Abdullah Bin Abdulaziz, de Viena, citada en días pasados por este diario, diciendo que con esta decisión “se corre el riesgo de devaluar los esfuerzos de dirigentes religiosos y autoridades para evitar que la religión se utilice como catalizador de la división”.
Así se desvanece la sabiduría que le daba a este lugar de puertas abiertas para personas de diferentes credos e interesadas por la historia y la cultura de un recinto que fue pensado y construido para ser una iglesia cristiana. Me gustaría saber qué diría Justiniano al ver esta reconversión a mezquita, lo cual ahuyentará en las horas de oración marcadas por el islamismo a quienes no practican esta religión.
Por algo el Papa Francisco – gran impulsor de las buenas relaciones entre líderes religiosos - dijo en el ángelus el pasado 12 de julio: “Y el mar me lleva un poco lejos con el pensamiento: a Estambul. Pienso en Santa Sofía, y estoy muy dolido”.