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Columnistas | PUBLICADO EL 08 noviembre 2022

¿Por qué dudar de los críticos?

El crítico no enfrenta los retos, ni las limitaciones, del creador. Por ejemplo, cuando critico al Gobierno por no llevar a cabo una política X, fácilmente ignoro que implementar esa política trae costos.

Por Javier Mejía Cubillos - mejia@stanford.edu

En una de las últimas entrevistas a Jorge Luis Borges, le preguntaron por Miguel de Cervantes Saavedra. Con la extraña inocencia que suele acompañar la vejez, Borges, ya en sus ochentas, recordó que solía decirse que Cervantes escribía mal, pero que, en su opinión, si eso le permitió escribir El Quijote, cualquier crítica a la escritura de Cervantes era injusta. En sus propias palabras:

“Quevedo hubiera podido corregir cualquier página de El Quijote. Don Diego Saavedra Fajardo, también; Lope de Vega, también, pero no hubieran podido escribirla. Corregir una página es fácil, pero escribirla es muy difícil”

Este es un ejemplo concreto de un principio más amplio que la gente suele olvidar: “criticar es muy fácil, pero crear es muy difícil”. Yo lo sé de primera mano. Mi tarea como columnista y comentador en medios es fundamentalmente criticar, mientras que mi labor como investigador, profesor e inversionista es crear. Lo segundo es bastante más difícil que lo primero, y por eso hoy quiero escribir una especie de manifiesto que me recuerde las implicaciones morales de ello. Espero que usted, querido lector, encuentre esto también útil a la hora de criticar su entorno.

Para empezar, el crítico no enfrenta los retos, ni las limitaciones, del creador. Por ejemplo, cuando critico al Gobierno por no llevar a cabo una política X, fácilmente ignoro que implementar esa política trae costos. El Gobierno debe gestionar recursos dentro del presupuesto para llevar a cabo esa política. Esto exige un esfuerzo fiscal—sea aumentar impuestos, reducir gastos, adquirir deuda, etc. Eso es costoso. Incluso una vez asegurado el presupuesto, diseñar e implementar una política exitosa requiere grandes esfuerzos organizacionales. Articular equipos que logren generar intervenciones relevantes, siguiendo principios de eficiencia, sobreponiéndose a las mil barreras tramitológicas y legales que suele existir en el sector público es bastante difícil. Entonces, mientras el crítico puede generar un argumento bien sustentado con un computador y unas cuantas horas de su tiempo, resolver su crítica, con frecuencia, requiere miles de dólares y cientos de horas de trabajo de quizá decenas de personas.

En segundo lugar, es claro que el crítico tampoco necesita preocuparse por las interdependencias del mundo, mientras que el creador sí. Siguiendo con el ejemplo del Gobierno creador, implementar una política, incluso cuando es perfectamente bien intencionada, suele generar efectos inesperados, a veces bastante negativos. Piensen en la famosa historia de los esfuerzos del Gobierno de Estados Unidos por eliminar los lobos del Parque Nacional Yellowstone para hacer el parque más seguro para los visitantes. Esta bien intencionada intervención llevó a una “inesperada” sobrepoblación de especies que eran presas de los lobos, las cuales terminaron por exterminar especies abajo en la cadena alimenticia, generando un desequilibrio completo del ecosistema que llevó a cambios tan profundos como la variación en el curso de algunos ríos. Entonces, mientras el crítico goza de la transparencia de la puntualidad, y puede ahondar en la necesidad de intervenciones que ataquen problemas concretos, el creador carga el peso de la oscura hiperconectividad de los sistemas complejos y debe juzgar qué consecuencias traerá la intervención específica en toda otra serie de dimensiones que el crítico suele desconocer.

Finalmente, y esto es quizá lo más importante, el crítico no suele enfrentar las consecuencias negativas de sus recomendaciones, mientras que el creador, en caso de seguirlas, sí. Por ejemplo, si el ministro A sigue uno de mis consejos y esto resulta generando grandes resultados positivos, yo puedo reclamar ante la opinión pública la grandeza de mis opiniones. Esto se traducirá de muchas formas en progreso profesional para mí. Sin embargo, si seguir estos consejos trae resultados negativos, yo siempre podré decir que el ministro no implementó correctamente aquellas ideas, e incluso si no puedo crear alguna excusa convincente, mi trabajo no está condicionado al éxito de las políticas que recomiendo. El trabajo del ministro, en cambio, sí depende del éxito de las políticas que implementa. El crítico gana mucho cuando sus ideas salen bien y pierde poco cuando salen mal; mientras tanto, el creador también gana mucho cuando las cosas salen bien, pero pierde mucho cuando salen mal.

Con todo esto, no es de extrañar que tantos académicos reconocidos internacionalmente gocen visitando países en desarrollo, recomendando intervenciones temerarias. Para ellos es fácil desconocer los esfuerzos que por generaciones se han llevado a cabo en estos lugares. Es además rentable para ellos recomendar nuevas—y a veces no tan nuevas—soluciones para los problemas de aquellos países. Después de todo, cuando las consecuencias negativas de esas soluciones lleguen, causando sufrimiento a quizá millones de personas, años habrán pasado y estos académicos estarán en la comodidad de sus casas en Europa o Estados Unidos gozando del prestigio y fortuna que dichas recomendaciones les trajeron temprano en sus carreras. Yo escribo esto hoy para recordar evitar convertirme en uno de estos personajes. .

Javier Mejía Cubillos

Si quiere más información:

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