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Perú entró en un nuevo tembladeral político. La primera vuelta de su elección presidencial, realizada el pasado 11 de abril, definió que la disputa por la silla del Ejecutivo será entre el maestro y sindicalista Pedro Castillo y Keiko Fujimori, hija del expresidente preso Alberto Fujimori, condenado por la corrupción de su mandato y acusado de un amplio listado de violaciones a los derechos humanos. Su hija insiste en su excarcelación.
Las dos opciones, que por nombres y filiación parecerían estar en las antípodas, proponen similares medidas restrictivas para la sociedad que van contra la igualdad de género, el aborto o el matrimonio igualitario. Tanto Castillo como Fujimori se unen en su radicalismo y parecen dejar sin validez la bipolaridad izquierda – derecha que ha sido la coordenada latinoamericana de las últimas dos décadas.
La elección de la segunda vuelta, que será el 28 de julio, se realizará en una nación inestable políticamente que ha vivido la posesión de cuatro presidentes en poco más de cuatro años. Atormentada por denuncias de corrupción en todo el espectro partidario del país, atravesada, además, por la pavorosa crisis de salud, económica y social que deja la pandemia con más de 56 mil muertos; los ciudadanos del país vecino buscan una renovación de su timonel sin tener muy claro qué es lo que esperan obtener. La palabra cambio, tan repetida en discursos y eslóganes, se muestra vacía de contenido.
Sumado a esto, la atomización del voto en la primera vuelta, que dejó a los ganadores con porcentajes inferiores al veinte por ciento, se ofrece como una radiografía preocupante del futuro peruano, y es difícil que alguien se atreva a dar un diagnóstico de lo que serán los cinco años venideros. Cualquier pronóstico es una aventura, si se tiene en cuenta además que el legislativo, unicameral y protagonista de primera línea en los últimos años en la destitución y nombramiento de presidentes, giró también hacia los radicalismos. Nadie garantiza, así, que quien resulte electo pueda terminar su mandato.
Si los discursos -inflados con demagogia y exacerbados con frases irresponsables e insultos- pueden ser algún indicador del devenir político, lo que le espera a Perú es más de lo mismo, aunque la presidencia cambie de cara. Incluso peor. Lo que se dibuja, sin importar el ganador, es un horizonte más oscuro, más retrógrado y más endeble