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Columnistas | PUBLICADO EL 02 enero 2023

Pelé y aquel caso de coraje máximo

Por JUAN JOSÉ GARCÍA POSADA - juanjogp@une.net.co

Expulsar a un jugador del campo futbolístico es una decisión arbitral de rutina, que suele pasar inadvertida. Pero si el expulsado es nadie más y nadie menos que el mejor futbolista del mundo, el Rey Pelé, para sacarlo se necesita valor civil, entereza de carácter, valentía, como lo demostró en aquel partido entre Colombia y Santos el 17 de julio de 1968, el árbitro legendario Guillermo Velásquez Ramírez, cuando hizo salir de la cancha a Edson Arantes do Nascimento en El Campín y en un encuentro dizque amistoso que degeneró en guachafita y concluyó en una comisaría.

Guillermo Chato Velásquez iba a ser linchado por la mayoría de los deportistas brasileños. Había cometido el peor de los delitos contra el astro mundial. La sanción fue su respuesta reglamentaria, obvia, por los insultos que le lanzó Pele, con gruesas palabrotas. Lo golpearon en la cara y tuvo que refugiarse. Entró a sustituirlo otro árbitro y con la complicidad de los dirigentes colombianos O Rey regresó a la gramilla. Velásquez se sostuvo en su determinación y denunció a sus agresores, que salieron del Campín directo a una comisaría policial, donde resolvieron el conflicto.

El Chato Velásquez se distinguía por su valentía y su franqueza como autoridad en el terreno de juego y en la vida normal. Pasó a la historia deportiva nacional por ser capaz de practicar el valor hoy exótico del coraje, por personificar sinónimos como agallas, bravura, gallardía, valentía. Ese árbitro meritorio había nacido en Pereira en 1934 y murió en Medellín en 2017. Con toda razón ha sido el orgullo de sus colegas y de su familia, en especial su sobrino el ingeniero naval Mauricio Velásquez Ángel. Coraje, como valentía, como valor civil, es un atributo esencial que hoy se ignora o se subestima.

Desde la aurora de la reflexión filosófica y ética, Aristóteles incluía el coraje en el contexto de una muerte gloriosa en la batalla por una causa noble. En su “Ética a Nicómaco” señala que la ausencia de coraje es el vicio de la cobardía. Para el historiador Tucídides “los más valientes son, sin duda, aquellos que tienen la visión más clara de la gloria y del peligro y salen a su encuentro”.

Hay coraje, o hace falta, en los momentos privados e inéditos, en los trances intrascendentes, así como en las pruebas expuestas al escrutinio público. Corajudo es, por ejemplo, mi amigo Juan de la Ermita, quien dice que él puede pelear contra todos, sin importar su jerarquía, menos contra él mismo, contra su propia conciencia. Estoy de acuerdo y lo sigo sin reservas. Coraje e integridad les hace falta al individuo miedoso e incapaz de rechazar una injusticia, al que se deja sobornar por dinero, fama o poder, al que enmudece cuando toca hacer una crítica honrada, al que cohonesta una sanción ilegítima, al pusilánime incapaz de contraargumentarle a un sofista. Por eso recuerdo ahora, al morir Pelé, aquel caso de coraje máximo de un árbitro irreductible

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